Para la Tertulia de la Bodega de Adolfo de ayer, día 10, he presentado un relato que espero os ponga los pelos de punta... al menos al principio.
LA SANGRE NO MIENTE.
Desde
el momento en que aquella mujer de mirada ausente me entregó el sobre, un
oscuro temor se apoderó de mí. Porque la sangre no miente, al menos no miente a
los que están en el secreto de sus misteriosos indicios y pronósticos.
Rasgué
el papel de color pardusco y me encaré al texto aterrador, con las manos vacilantes
y la respiración alterada. Mi mandíbula se agitaba convulsa y las rodillas me
temblaban violentamente; porque del mensaje dependía mi suerte futura, mi
supervivencia en este valle de lágrimas, donde los peligros mórbidos y sinuosos
anidan en el interior de las arterias, en nuestros cuerpos pecadores ahítos de
manjares prohibidos, de molicie insana y de prácticas nefandas y condenables.
¿Cuál
era el augurio de la sangre? ¿Qué tremebundas premoniciones me adelantaría su
escrutinio? ¿Hasta dónde mi destino iba a ser escrito por las letras rojas del
líquido vital?
Cuando
perforaron mis venas en el sacrificio inicial, y pude ver mi propia sangre, tan
oscura que más que roja se me había mostrado de un tono cárdeno y espeso, como
de rubí sucio, un insidioso vahído se había apoderado de mí, tiñendo de un blanco
enfermizo el cubil de los vampiros, como una cortina de gasa o como una niebla espesa.
Pero me recuperé y me marché de allí, abrumado por la culpabilidad. Quizá no
debería haber consultado a los pesquisidores hemomantes, me recriminaba, que
solo vaticinan desgracias y privaciones, producto de la deserción de nuestros
propios órganos.
Tenía
el papel ante mí y no me atrevía a descifrarlo. Mi capacidad lectora estaba
bloqueada por el pánico y la náusea. Y sin embargo, debía hacerlo, debía
enfrentarme a la realidad e interrogar a mis propios fluidos internos. ¡Qué
espanto!
Hice
acopio de valor y recorrí el formulario con mirada aprensiva, fijándome en las
indicaciones que, al margen de cada línea, indicaban las cifras de la
normalidad.
Leucocitos……… 5,8
Linfocitos…
……35,5
Hematíes……… 4,9
Hemoglobina…….14,3
Hematocrito……..
44,3
Plaquetas………..331
Glucosa………. 92
Ácido
Úrico……… 6,52
Colesterol………
168
Triglicéridos……
119
PSA……………… 3,15
¡Vaya!
Pues estaba todo normal. Ni un solo asterisco. Nada que superase los límites
fijados. O sea que, al parecer, estaba sano como una manzana. Y me avergoncé de
mis temores obsesivos y me sentí absolutamente ridículo. No se puede ser tan
hipocondríaco, ni se le puede tener esa repugnancia enfermiza a la sangre.
Me
fui al bar de enfrente del ambulatorio, dispuesto a celebrarlo.
-A
ver, Manolo, ponme un buen vaso de vino…Pero que sea bueno, bueno.
-¿Quiere
un Rioja o un Ribera del Duero, señor Miguel?
-No,
no… Me apetece algo más exótico… y más… significativo. ¿Tienes ese vino chileno
que me enseñaste el otro día? Me gustaría probarlo.
-Sí,
Sangre de Toro; pero le tengo que abrir una botella…y cobrársela entera.
-Pues
me la abres, qué coño. Y de tapa, un platito de “sangueta”. ¿Vale?
-Muy
bien. ¡Oído, cocina, una de sangre con cebolla!
Miguel Ángel Pérez Oca.
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