En la pasada tertulia de la Bodega de Adolfo nos habíamos puesto el ejercicio de escribir sobre "persianas". Este es el relato que yo presenté, a ver si os gusta y no os escandaliza demasiado, porque es un poco "bestia":
PERSIANAS VIVAS
No, el pueblo no está desierto, de ninguna manera. Las calles aparecen silenciosas y vacías, pero… pero las persianas están vivas, muy vivas. Detrás de cada persiana, levemente levantada por uno de sus lados, palpita la atenta mirada y los no menos atentos oídos de multitud de viejas, y no tan viejas, comadres chismosas.
-Es que se aburren, con el marido en el bar, y por eso se pasan las horas fisgando en las vidas ajenas – me había dicho Lola cuando le comuniqué mis sospechas.
Lola y yo estamos liados, gloriosa y placenteramente liados. Se trata de sexo puro, no nos engañemos, del sano, del bueno, del que no produce traumas ni complejos, ni exige compromisos ni responsabilidades, del que no tiene nada de exclusivo, de posesivo ni de celoso. Ella tiene su vida y yo la mía, y una vez al mes, más o menos, voy a visitarla al pueblo, a su casita rural, como ella la llama; y allí, lejos del mundanal ruido, aislados del asfalto y las premuras, nos entregamos al frenesí de los placeres de la carne. Ahora me doy cuenta de que los alaridos gozosos de Lola deben haber hecho las delicias de las viejas chismosas que acechan tras las persianas y me espían cuando dejo el coche en la plaza del pueblo y me dirijo por la estrecha Calle de la Tahona, camino de la casa de mi… bueno, ahora se dice “follamiga”. Todas la conocen desde que era una niña, cuando vivía aquí con sus padres, pero no regresó al pueblo hasta que la vida de la ciudad llegó a atosigarla, y algún desengaño amoroso, de esos que esconden pretensiones institucionales, la empujó al exilio en su mundo del pasado de inocencia infantil. Ella prefiere bajar todos los días a su trabajo de la ciudad, pero descansar luego en su casa campestre. En cambio sus padres se mudaron a la capital hace años y no quieren para nada regresar a la aldea que les parece triste y agobiante; pero Lola quiso recorrer el camino inverso y se instaló aquí, con sus traumas y su afán de libertad.
Un día me confesó su tristeza por lo vacío de su vida, y yo la convencí con muy poco esfuerzo de que la solución a sus cuitas estaba en agenciarse un amante sin complejos ni compromisos que le diera gusto a su cuerpo y no le atormentase el alma.
-Sí, pero ¿dónde encuentro yo un chollo así? Todos los hombres sois posesivos y celosos…
-Yo no, Lola, yo no. Y también me hace falta un desahogo en libertad de vez en cuando.
Y a ella le pareció de perlas, y desde entonces, todos los meses, la armábamos en la casita del pueblo.
Sin embargo, hoy, cuando llegué, Lola estaba furiosa y se sentía acosada.
-Mis padres están recibiendo anónimos sobre lo nuestro. Debe mandarlos alguna de esas brujas que nos espían desde detrás de las persianas.
-Bueno - le dije -, pues nos buscaremos otro refugio más discreto. ¿Qué te parece mi casa de la ciudad? Allí a nadie le importa la vida de los demás.
Pero el caso es que la dichosa casita le resulta tan entrañable, tan apropiada para nuestros devaneos carnales, que no sé si Lola se encontrará a gusto en otro sitio.
He salido a la calle enfurruñado, cabreado con las brujas de las persianas. De momento, hoy, Lola y yo hemos decidido no pasar a la acción erótica, por aquello de sentirnos espiados y con nuestra intimidad violada. Porque Lola si no grita no disfruta, y no le apetece gritar sabiendo que los oídos tensos nos rodean.
Me he parado en medio de la calle solitaria, me he bajado los pantalones y, con el culo al aire, me he tirado un sonoro y terrible pedo, brutal, telúrico, mientras voceaba:
-¡Brujas asquerosas, que os den por el culo!
Y, al unísono, cien persianas, a lo largo de toda la calle, han recuperado su verticalidad con un ligero rumor de maderitas entrechocadas.
Miguel Ángel Pérez Oca.
PERSIANAS VIVAS
No, el pueblo no está desierto, de ninguna manera. Las calles aparecen silenciosas y vacías, pero… pero las persianas están vivas, muy vivas. Detrás de cada persiana, levemente levantada por uno de sus lados, palpita la atenta mirada y los no menos atentos oídos de multitud de viejas, y no tan viejas, comadres chismosas.
-Es que se aburren, con el marido en el bar, y por eso se pasan las horas fisgando en las vidas ajenas – me había dicho Lola cuando le comuniqué mis sospechas.
Lola y yo estamos liados, gloriosa y placenteramente liados. Se trata de sexo puro, no nos engañemos, del sano, del bueno, del que no produce traumas ni complejos, ni exige compromisos ni responsabilidades, del que no tiene nada de exclusivo, de posesivo ni de celoso. Ella tiene su vida y yo la mía, y una vez al mes, más o menos, voy a visitarla al pueblo, a su casita rural, como ella la llama; y allí, lejos del mundanal ruido, aislados del asfalto y las premuras, nos entregamos al frenesí de los placeres de la carne. Ahora me doy cuenta de que los alaridos gozosos de Lola deben haber hecho las delicias de las viejas chismosas que acechan tras las persianas y me espían cuando dejo el coche en la plaza del pueblo y me dirijo por la estrecha Calle de la Tahona, camino de la casa de mi… bueno, ahora se dice “follamiga”. Todas la conocen desde que era una niña, cuando vivía aquí con sus padres, pero no regresó al pueblo hasta que la vida de la ciudad llegó a atosigarla, y algún desengaño amoroso, de esos que esconden pretensiones institucionales, la empujó al exilio en su mundo del pasado de inocencia infantil. Ella prefiere bajar todos los días a su trabajo de la ciudad, pero descansar luego en su casa campestre. En cambio sus padres se mudaron a la capital hace años y no quieren para nada regresar a la aldea que les parece triste y agobiante; pero Lola quiso recorrer el camino inverso y se instaló aquí, con sus traumas y su afán de libertad.
Un día me confesó su tristeza por lo vacío de su vida, y yo la convencí con muy poco esfuerzo de que la solución a sus cuitas estaba en agenciarse un amante sin complejos ni compromisos que le diera gusto a su cuerpo y no le atormentase el alma.
-Sí, pero ¿dónde encuentro yo un chollo así? Todos los hombres sois posesivos y celosos…
-Yo no, Lola, yo no. Y también me hace falta un desahogo en libertad de vez en cuando.
Y a ella le pareció de perlas, y desde entonces, todos los meses, la armábamos en la casita del pueblo.
Sin embargo, hoy, cuando llegué, Lola estaba furiosa y se sentía acosada.
-Mis padres están recibiendo anónimos sobre lo nuestro. Debe mandarlos alguna de esas brujas que nos espían desde detrás de las persianas.
-Bueno - le dije -, pues nos buscaremos otro refugio más discreto. ¿Qué te parece mi casa de la ciudad? Allí a nadie le importa la vida de los demás.
Pero el caso es que la dichosa casita le resulta tan entrañable, tan apropiada para nuestros devaneos carnales, que no sé si Lola se encontrará a gusto en otro sitio.
He salido a la calle enfurruñado, cabreado con las brujas de las persianas. De momento, hoy, Lola y yo hemos decidido no pasar a la acción erótica, por aquello de sentirnos espiados y con nuestra intimidad violada. Porque Lola si no grita no disfruta, y no le apetece gritar sabiendo que los oídos tensos nos rodean.
Me he parado en medio de la calle solitaria, me he bajado los pantalones y, con el culo al aire, me he tirado un sonoro y terrible pedo, brutal, telúrico, mientras voceaba:
-¡Brujas asquerosas, que os den por el culo!
Y, al unísono, cien persianas, a lo largo de toda la calle, han recuperado su verticalidad con un ligero rumor de maderitas entrechocadas.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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