Hace unos años, cuando vi a un estudiante chino plantarse delante de los tanques en la plaza de Thian An Men, y detener su ominoso avance con su frágil cuerpo impávido, me acordé de que esa imagen ya la había visto antes. Fue en los años 50, cuando una joven arqueóloga sueca, Solveig Nordstrom, tuvo el valor de echarse delante de las excavadoras que pretendían arrasar los restos de nuestra Lucentum para construir en su lugar hoteles y torres de apartamentos turísticos. Afortunadamente para ella, y para nosotros, la diligencia de la prensa extranjera ante su gesto, la ayuda de su embajada, el apoyo de los prestigiosos arqueólogos Figueras Pacheco y Lafuente Vidal, y los servicios del abogado Pomares, la sacaron del apuro y acabaron dando como fruto el magnífico parque arqueológico donde hoy podemos maravillarnos ante los venerables restos de nuestra ciudad germinal, ibérica, quizá cartaginesa, romana, bizantina, árabe, cuyo nombre fue evolucionando con la Historia: Lecentum, Lekant, Al Lakant, Alacant… Si Solveig hubiera sido española, en aquella época inmisericorde, cualquiera sabe qué suerte habría corrido y qué castigos hubieran caído sobre ella, por “subversiva”. Pero ella ganó la batalla, y su amor por nuestra tierra quedó acreditado en el hecho de que se quedó aquí, con nosotros, para siempre y hoy vive en el cercano Benidorm.
El pasado día 7 nuestro Ayuntamiento bautizó la plaza que da acceso el viejo Lucentum como Parque de la Arqueóloga Solvig Nordstrom. Aquella muchacha nórdica y brava que se echó delante de las máquinas es ahora una anciana de 94 años, que no ha perdido un ápice de su vitalidad y su claridad de pensamiento, a pesar de que hoy va en una silla de ruedas. Sus palabras de agradecimiento han sido el discurso más hermoso y cálido que he escuchado jamás. Fue ella la que se calificó de “vikinguita” que dejó la Acrópolis de Atenas para venir a la entonces “peligrosa” (lo era) España de la posguerra y la dictadura, y fue ella la que, después de una contienda dolorosa y terrible, nos dio a los alicantinos la primera lección de optimismo y fe en una democracia que, tarde o temprano, tenía que volver. Nos demostró que la libertad seguía siendo posible, cuando rompió el silencio que se nos imponía.
La Alcaldesa Sonia Castedo le dirigió un merecido y emotivo discurso, que terminaba con un poema escrito por la misma Solveig, rodeada esta vez de viejos y nuevos amigos, entre los que destacaba el abogado don Jaime Pomares Bernad, que hace ya tantos años la había defendido. Se la veía feliz, compensada, radiante. Nos quería a todos y todos la queríamos.
A veces uno siente la satisfacción de ver honrados a nuestros héroes en vida. Esta vez hemos llegado a tiempo, afortunadamente. Y aunque después de Solveig, del padre Belda, de Figueras Pacheco y don José Lafuente, vinieron nuevos arqueólogos pertrechados con una ciencia más moderna y mejor equipada, que echaron abajo algunas de las aventuradas teorías de aquella pandilla de románticos enamorados de Alicante que “hicieron lo que pudieron”, hemos de reconocer que nada habría quedado para estudiar de Lucentum si aquella entrañable “vikinguita” no se hubiera echado delante de las excavadoras.
Gracias Solveig, que sea por muchos años.
Alacant nunca te lo agradecerá bastante.
Miguel Ángel Pérez Oca.
El pasado día 7 nuestro Ayuntamiento bautizó la plaza que da acceso el viejo Lucentum como Parque de la Arqueóloga Solvig Nordstrom. Aquella muchacha nórdica y brava que se echó delante de las máquinas es ahora una anciana de 94 años, que no ha perdido un ápice de su vitalidad y su claridad de pensamiento, a pesar de que hoy va en una silla de ruedas. Sus palabras de agradecimiento han sido el discurso más hermoso y cálido que he escuchado jamás. Fue ella la que se calificó de “vikinguita” que dejó la Acrópolis de Atenas para venir a la entonces “peligrosa” (lo era) España de la posguerra y la dictadura, y fue ella la que, después de una contienda dolorosa y terrible, nos dio a los alicantinos la primera lección de optimismo y fe en una democracia que, tarde o temprano, tenía que volver. Nos demostró que la libertad seguía siendo posible, cuando rompió el silencio que se nos imponía.
La Alcaldesa Sonia Castedo le dirigió un merecido y emotivo discurso, que terminaba con un poema escrito por la misma Solveig, rodeada esta vez de viejos y nuevos amigos, entre los que destacaba el abogado don Jaime Pomares Bernad, que hace ya tantos años la había defendido. Se la veía feliz, compensada, radiante. Nos quería a todos y todos la queríamos.
A veces uno siente la satisfacción de ver honrados a nuestros héroes en vida. Esta vez hemos llegado a tiempo, afortunadamente. Y aunque después de Solveig, del padre Belda, de Figueras Pacheco y don José Lafuente, vinieron nuevos arqueólogos pertrechados con una ciencia más moderna y mejor equipada, que echaron abajo algunas de las aventuradas teorías de aquella pandilla de románticos enamorados de Alicante que “hicieron lo que pudieron”, hemos de reconocer que nada habría quedado para estudiar de Lucentum si aquella entrañable “vikinguita” no se hubiera echado delante de las excavadoras.
Gracias Solveig, que sea por muchos años.
Alacant nunca te lo agradecerá bastante.
Miguel Ángel Pérez Oca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario