jueves, 24 de julio de 2008

LOS OJOS DE LOS NIÑOS DE BAGDAD

Hace unos días, a raíz de mi artículo "El yate papal y la patera", apareció una respuesta de mi hermano Eusebio en el blog "Alicante Vivo" que aludía a mi artículo "Los ojos de los niños de Bagdad" aparecido hace unos años en el diario Información. Por si os interesa su lectura, lo pongo ahora aquí.

LOS OJOS DE LOS NIÑOS DE BAGDAD
Nos miraban a los ojos y nos llenaban de angustia. Nos miraban a los ojos desde las mugrientas camas de los hospitales, sucios de sangre y de miseria, y nos sentíamos miserables y más sucios que ellos, a pesar de nuestros inmaculados cuartos de baño, nuestro gel de ducha, nuestra colonia y nuestro champú. Ellos no sabían que nos estaban mirando; en realidad observaban, con una mezcla de dolor y extrañeza, a un hombre extranjero que los enfocaba con una cámara de vídeo... Éramos nosotros los que les veíamos mirarnos, y entonces sentíamos que se despertaba nuestra mala conciencia. Ellos, en su inocencia, no podían figurarse que miles, millones, de aseados y acomodados señores de Occidente los espiaban con repugnancia y remordimientos. “¿Cómo va a estar mirándonos tanta gente - se hubieran preguntado - si nadie nos hace caso, si nadie nos trae medicinas, ni comida, ni siquiera agua, para mitigar el dolor de nuestras heridas inexplicables?” Por eso, nos miraban sin saberlo; y nos hacían daño, a nosotros que somos tan sensibles.
Aún nos duelen esos ojos que nos miraban, y aún pensamos a menudo que tenemos que hacer algo al respecto. Entonces salimos a la calle, bajo una pancarta, maldiciendo a los gobernantes que usaron los votos del pueblo para cometer un crimen tan espantoso... Pero los aludidos aducían que el fin justifica los medios y que la guerra se hizo para evitar males mayores; y nos hablaban de unas armas tremebundas y misteriosas que nos amenazaban a todos y que, por cierto, no han encontrado por ninguna parte. Cuando todo termine de una vez, si es que alguna vez termina, querrán que nos olvidemos de los peregrinos argumentos con los que pretendían justificar la matanza de los inocentes. Herodes ha regresado mil veces de las brumas de la Historia y cabalga a menudo entre nosotros... Quizá no se ha marchado nunca. Quizá siempre ha habido un Herodes en alguna parte, y una razón de Estado, asentada sobre la sangre de los niños de Bagdad o del Belén de ayer y de hoy, o de Hiroshima o de Mathausen.
El periodista, el hombre de la cámara de vídeo, no tenía la culpa de nuestro espanto; él era solo un mensajero. Su trabajo consistía en filmar los ojos desconcertados, doloridos, aterrados de los niños de Bagdad y traerlos a nuestro televisor. Horrorizarnos, pensar que tenemos que impedir tanta maldad, manifestarnos, quizá votar a otro administrador menos canalla, era cosa nuestra. Pero a los monstruos les gusta trabajar en secreto, cometer sus asesinatos en masa sin que nadie los juzgue, vampirizar el petróleo, o el oro, o el trabajo de los pobres sin armar escándalo; no sea que al pueblo adormecido por la telebasura y el consumo sin tasa le dé por sentir repugnancia y pida un alivio... en forma de relevo político.
El mensajero, para ellos, era un ser molesto, indiscreto, peligroso, y había que silenciarlo, o asustarlo para que se marchase del Hotel Palestina – qué nombre tan significativo -. Un disparo de cañón, de poco calibre, bastaría para que el edificio se estremeciera, y con él los corazones de los entrometidos testigos de la prensa. “Que se vayan a sus casas – pensaron, quizá, los señores de la guerra - que se vayan y dejen de filmar escenas políticamente incorrectas.” ¿Pasó así? ¿Quién dio la orden de cerrar los ojos de los niños de Bagdad?
Pero, si eso es lo que querían, no lo consiguieron. Nunca lo conseguirán. Pretendían cerrar los ojos de los niños de Bagdad y cerraron los ojos del hombre que los filmó con su cámara de vídeo. Sin embargo, esos ojos infantiles que él había captado seguirán abiertos, muy abiertos, para siempre. Abiertos, abiertos, abiertos, inocentes y acusadores, sin saberlo, en nuestras pantallas de televisión... y en nuestras conciencias.
Más temprano que tarde, a los responsables de estas carnicerías de inocentes les pedirá cuentas la Historia; como a todos los Herodes de este mundo. Y veréis cómo se pasan la vida intentando limpiar la sangre de sus manos y de la memoria de sus compatriotas, disimulando, engañándose a sí mismos, lamentando pero no condenando lo ocurrido, negándose a mirar a los ojos a los niños de Bagdad y a reconocer, al fin, su inmensa culpa... “Lamentando pero no condenando...” ¿Os suena eso? Ellos mismos han dicho muchas veces que quien lamenta pero no condena es un terrorista, o un amigo de los terroristas. Ven la paja en el ojo ajeno pero se niegan a ver la viga en el propio. Porque, ¿puede haber un acto de terrorismo peor que desatar una guerra donde se matan y mutilan niños? Pero su esfuerzo va a ser inútil: hagan lo que hagan, oculten lo que oculten, nieguen lo que nieguen, nadie, nunca, podrá cerrar los ojos de esos niños que aún nos miran; los que el reportero muerto había grabado con su cámara. El reportero era Pepe Couso. Los niños, seguramente, nunca sabremos cómo se llamaban. En cuanto a Herodes y los suyos, tienen nombres y todos debemos recordarlos.
Nos dicen que la guerra ha terminado, pero eso no va a devolver la vida a los muertos ni a los miembros mutilados. Muchos de esos niños murieron en el hospital, pero sus ojos, en las fotografías de prensa, en los reportajes de televisión, siguen abiertos, y nos están mirando.
¿No vais a hacer nada al respecto?
Miguel Ángel Pérez Oca.
05-05-2003

1 comentario:

Tara dijo...

¡Enhorabuena por tu trabajo! Soy una componente de la página de Ifni. Isabel (proustnin). De los textos que he leído suyo, este me parece muy interesante. Destaco este párrafo:
hagan lo que hagan, oculten lo que oculten, nieguen lo que nieguen, nadie, nunca, podrá cerrar los ojos de esos niños que aún nos miran; los que el reportero muerto había grabado con su cámara. El reportero era Pepe Couso. Los niños, seguramente, nunca sabremos cómo se llamaban. En cuanto a Herodes y los suyos, tienen nombres y todos debemos recordarlos.
También escribo algo, no en la línea profesional que veo que lo hace usted, pero si con ganas.
Esta es:
http://t-a-r-a.blogspot.com/

Seguiré leyendo su trabajo. Un cordial saludo. Isabel.