martes, 16 de mayo de 2017

SOBRE LA TIBIEZA.


El tema de esta tertulia de ayer era "La tibieza" y yo aporté este cuento de ciencia ficción. A ver si os gusta.-

LUCÍA.
            Como todas las madrugadas cuando, tras la claraboya, apuntan las primeras luces por el horizonte quebrado de montañas y grandes helechos, la tibieza de su cuello en mis labios me servía de último refugio contra la rutina inevitable. La hubiera despertado en demanda de amor, pero dormía tan plácidamente que me pareció un sacrilegio traerla de vuelta a este mundo terrible. Seguramente, soñaba con su pasado, era de nuevo una niña rubia en la granja de sus abuelos, jugando con simpáticos e inofensivos animalitos. Me alejé de su cuello tibio y me dirigí al compartimento estanco. Luego, al volver, me ducharía y tomaría el desayuno caliente que me habría preparado mientras me esperaba. Hoy me tocaba a mí buscar la comida y a ella cocinarla. Mañana, si no teníamos suficientes alimentos, sería al contrario.
            Me embutí en el pesado traje exterior, tras verificar la presión del oxígeno de reserva. Después, me coloqué el casco, lo aseguré y abrí la espita del aire. Cogí las armas, comprobé sus cargas de energía y, solo después de seguir todos los protocolos de seguridad, me decidí a presurizar la cámara y abrir la compuerta. La eterna y húmeda ventisca empañó por unos momentos el visor de mi escafandra. Avancé despacio por entre aquella pradera de sarmientos, bajo los helechos gigantes, y me subí al vehículo de grandes ruedas que me esperaba cerca. Habíamos podido salvar muy pocas cosas tras el accidente, pero eran las suficientes para sobrevivir, al menos, dos personas, mi compañera y yo, de las cincuenta que formaron la tripulación del Prometeus.
El espectáculo de un gigantesco Super-Saturno en lo alto, rodeado de satélites, debería haberme maravillado pero, después de tanto tiempo, ya era un paisaje familiar. “¿Cuántos años tardarán en venir a rescatarnos?” me pregunté, como todas las  mañanas desde hacía más de ocho meses. Conduje con prudencia por entre los rastrojos y las charcas putrefactas, en busca de una presa: quizá un conejoide o uno de esos bichos de ocho patas de aspecto repugnante pero carne exquisita, que bastarían para alimentarnos durante dos días; y así ella no tendría que salir mañana… Pero lo que estaría bien sería tropezarme con un kraken adulto, con sus veinte toneladas de carne fresca… y sus terribles mandíbulas trífidas llenas de colmillos acerados.
Contra un kraken de Rhea III solo puedes tener una oportunidad. Si fallas el primer disparo justo entre los tres ojos, estás perdido. Eso es lo que le había pasado a Taylor, el gordo, que encontró su tumba en el vientre de uno de esos gigantes. Pobre compañero, tan torpe. Pero con la carne de un kraken, podríamos alimentarnos durante muchos meses sin tener que jugarnos la vida saliendo al exterior.
            De pronto, un conejoide saltó entre los sarmientos. Fue todo tan rápido que no me dio tiempo a cargar el arma. Se me había escapado el almuerzo. ¡Maldita sea!, grité.
            Y entonces, sobre la colina, bajo la luz de la estrella doble 322 Taurus, que ya lucía, roja y azul, en el cielo de la mañana, apareció la silueta inconfundible del kraken más enorme con que me había tropezado en todo mi tiempo de náufrago espacial.
            La bestia me había visto y sus tres ojos de mirada torva seguían mis movimientos con una mezcla de ira y gula. Bajé del vehículo, afirmé los pies en la tierra y cargué mi fusil de isótopos al máximo de potencia, esperando el ataque inevitable.
            Sus ocho patas ya avanzaban hacia mí al galope, mientras su corpachón erizado de crestas puntiagudas se agitaba en una inercia creciente. Había bajado la cabeza hasta mi altura, mientras su boca trífida, muy abierta, mostrando sus dientes malignos empapados en saliva, atronaba el bosque de  helechos con un rugido formidable.
            Sujeté el arma con firmeza y apunté con sumo cuidado entre los tres ojos de mi enemigo… mientras evocaba la tibieza del bronceado cuello de mi compañera Lucía.
Quizá sería mi último pensamiento…o el preludio de unos meses de abundancia.

                                                                                              Miguel Ángel Pérez Oca.        

1 comentario:

Miguel Ángel Pérez Oca dijo...

Bueno... La "tibieza" a la que nos referíamos en la Tertulia no era, precisamente, esa acepción, o al menos yo lo entendí así, sino la que se refiere a una sensación agradable de calor. Una cosa está tibia si resulta agradable en su temperatura. Por eso yo me he referido en este escrito a la tibieza de la piel del cuello de la protagonista.
Pero tus consideraciones acerca de la tibieza de ciertos medios de comunicación me parece también muy interesante. Ten en cuenta que un periódico o una radio o una televisión no dejan de ser un negocio que necesita ingresos para sobrevivir y para dar beneficios si es privada. Y ahí surge la controversia entre lo público y lo privado. Lo privado necesita "venderse" a alguien para dar ganancias. Lo público está a merced del gobierno de turno. En definitiva, lo malo de todo esto está en el sistema capitalista, para el que no tengo ninguna fórmula alternativa. Ojalá la tuviera, pero he visto naufragar tantas ilusiones que ya no me hago ilusiones (valga la redundancia).