martes, 15 de diciembre de 2015

HISTORIA DE UN ÁRBOL.



El tema de la Tertulia de ayer era "el árbol" y sobre este tema he escrito el trabajo que os adjunto. Espero que os guste.

MI ÁRBOL.
            Mi árbol no era un árbol cualquiera, era un árbol excepcional, único, un árbol gigantesco y solitario de tronco multiforme y retorcido. Ya sé que podría, para mencionarlo sin caer en reiteraciones, usar sinónimos y metáforas o citar su especie, pero es que, desde muy niño, lo he llamado siempre “el árbol”, y cualquier otra definición de su ser me parecería artificiosa. Era, todo él, un universo habitado por miles de pequeños seres que allí encontraban cobijo y alimento. Las ardillas roían sus duros frutos, los pájaros anidaban en sus ramas o buscaban refugio en sus oquedades, las orugas devoraban febrilmente sus hojas para llegar a ser mariposas y los hongos y el musgo proliferaban en los húmedos rincones de su enorme y complejo cuerpo leñoso.
            Cuando lo visitaba, en mis vacaciones infantiles de verano, y me cobijaba a la sombra de su espesa hojarasca, jugaba a imaginarme su historia; aunque he necesitado ser adulto y estudioso para saber recomponerla en toda su azarosa y probable realidad.
            Seguramente, cuando el gran árbol nació, lo hizo en el seno de un inmenso bosque que ya no existe. Surgió de una semilla enterrada por las escorrentías pluviales bajo el césped y los helechos de un suelo fértil. Creció como un arbolillo débil y quebradizo que los animales del bosque respetaron por puro azar. Ningún ser humano se aventuraba entonces por el monte sin senderos donde se aferraron sus raíces, cada vez más vigorosas. Se desarrolló rápidamente y hubiera sido un árbol derecho y orgulloso de no haberle ocurrido un percance que, a la postre, fue su fortuna y el secreto de su longevidad: Una noche de tormenta, o quizá un día - quién sabe -, un rayo hendió su corteza y quebró su cuerpo, convirtiéndolo en una figura deforme y en parte calcinada. A partir de entonces, su tronco se bifurcó y se agrandó plural y enrevesado, aunque no por ello perdió su poderío; sino que incrementó el perímetro de su dominio. Y siguió creciendo con firmeza hasta llegar a ser un titán verde en lo más alto de la floresta.
            Fue por entonces cuando llegaron los hombres, provistos de hachas y sierras. Eran leñadores en busca de mástiles y vergas para los grandes veleros que surcaban los mares hacia nuevos continentes. Y así cayeron los troncos más altivos y rectos, y en los claros del bosque fueron surgiendo las primeras tierras de labor. Solo quedaron en pie, transcurridos unos años, los que, por su falta de longitud o derechura, no eran válidos para transformarse en arboladuras marineras. De todos modos, los supervivientes no estaban a salvo, pues los advenedizos labradores rapiñaban su madera para construir graneros, empalizadas o, simplemente, obtener leña para sus inviernos. Sin embargo, en una prominencia de la ladera reinaba el gran árbol, mi árbol, que los lugareños respetaron durante siglos por una atávica reverencia a su extraña y gigantesca figura. Y así me lo encontré yo en mis asuetos estivales.
            Su enorme sombra era acogedora y fresca. Uno se veía allí protegido por un ser vivo, silencioso testigo de tantas ocasiones olvidadas; y podía dormitar, leer un libro o, simplemente, dejar pasar el tiempo contemplando el horizonte de montañas azuladas y campos amarillos, mientras escuchaba rumores de brisas y trinos de pájaros.
            Después crecí, me fui lejos a trabajar y formar una familia; pero siempre me  acompañó el recuerdo de aquel ser inmenso. Hasta que un día decidí volver y revivir episodios infantiles bajo su agradable amparo.

            A mi regreso, encontré el pueblo muy cambiado, con edificios nuevos e impersonales, y calles asfaltadas; y en lontananza eché de menos la silueta grandiosa y familiar de mi viejo amigo. No lo puede encontrar, pues en su lugar se alza ahora una urbanización de chalets adosados. Allí ya no hay árbol, ni ardillas, ni pájaros, ni helechos; solo cemento y piscinas cuadrangulares, bienestar artificial con simulacros de vida enmacetada. El milenario superviviente de los tiempos salvajes ha caído al fin, víctima de la estupidez humana.                                      
                                                                                     Miguel Ángel Pérez Oca.  

No hay comentarios: