viernes, 28 de agosto de 2015

POSEÍDA.



El tema de la última Tertulia era "Poseída" y yo escribí el relato que ahora os pongo en este blog. Espero que os haga pensar.

            Soy propiedad de un amo que se dice mi esposo. Soy solo una cosa, una cabeza de ganando, un vientre destinado a parir, peor aún, un ser poseído en todos sus aspectos materiales, espirituales e incluso estéticos. Nadie me puede ver el rostro ni adivinar mis formas. Todo queda oculto bajo el burka, y solo puede mostrarse al macho que me posee, cuando éste lo ordena. Pero yo no puedo creer que el Profeta ordenase así las cosas, pues sé que en otros países musulmanes las mujeres no van tan cubiertas como en este horrible y maldito Afganistán. Nos dijeron que cuando entrasen los americanos obligarían a nuestros esposos a dejarnos vestir como quisiéramos. Pero, ¿quién se atreve a manifestar ante esos infieles rubios que quiere desprenderse del honorable burka? Nadie lo ha hecho, salvo unas pocas intelectuales de la Universidad, que en secreto son despreciadas por todos y, lo que es peor, por todas. Yo estuve en Europa de jovencita, cuando mi padre era embajador, y estudié en París. Allí llevaba mi velo sobre la cabeza, por imposición paterna, pero no el burka, por dos razones: porque era todavía una niña no prometida y porque mi padre hubiera hecho el ridículo. Y allí vi a las jóvenes francesas con sus faldas cortitas y sus cabellos al viento, mostrando su afecto por el chico de su preferencia y hasta besándose con él en público. Aquí, una actitud así hubiera sido condenada con la muerte por lapidación. Pero allí las mujeres son libres y no lo hubieran consentido. Mi esposo dice que eso es porque los europeos y los americanos no son lo suficientemente hombres para imponer la decencia a sus mujeres; pero yo pienso que los que de verdad son cobardes y poco hombres son los nuestros, que nos ocultan a la vista de los otros porque, en el fondo, no se sienten seguros.
            Sueño con la libertad. Sueño con que todas las mujeres afganas nos ponemos de acuerdo para hacer nuestra revolución feminista; y que a una hora determinada, todas a la vez, nos quitamos el burka y aparecemos en nuestras casas y en las calles vestidas de mujeres soldado, armadas hasta los dientes, y empezamos a disparar contra los hombres que intentan reprimirnos de nuevo. Somos muchas y estamos dispuestas a todo por nuestra libertad. En la gran batalla mueren muchas mujeres, pero también muchos hombres, y ellos acaban rindiéndose, temblorosos, asustados, incapaces de resistir nuestro empuje justiciero. De sus aterrados rostros ha huido todo rasgo de dominación y ahora se entregan a nuestra fuerza  imparable, implorando perdón y clemencia.
            Los ingresamos en campos de reeducación y les imponemos nuevas leyes en las que los hombres y las mujeres son iguales en derechos y deberes. Los hay que se resisten a aceptar la nueva situación y son inmediatamente castrados. Y los hay que se resignan y los perdonamos con la condición de que no vuelvan a empuñar armas que, de ahora en adelante, serán privativas de las mujeres, al menos por tres generaciones.
           Si todas pensasen como yo, eso sería posible, pero…
           Mi esposo me ha quitado todo, me ha dejado sin derecho a mi propio cuerpo, a mi propio rostro; aunque no me ha podido robar mis fantasías, mis pensamientos secretos. Aquí, dentro de mi cabeza, lo quiera él o no, soy libre. Pero las otras mujeres, en su gran mayoría, han perdido incluso la propiedad de sus sueños. Desde niñas les han enseñado que, para ser decentes y dignas de la salvación, han de ser sumisas y han de reprimir cualquier fantasía pecaminosa. Por eso la revolución de la mujer afgana es imposible. Por eso nunca nos sublevaremos contra nuestros tiranos.
            Me miro al espejo, desnuda, y admiro la belleza de mi cuerpo y de mi rostro, siempre ocultos a los demás hombres; y la rabia devora mis entrañas. Me coloco el burka y así, desnuda bajo la amplia tela azul, salgo a la calle.

            Nota de prensa.- Ayer, en Kabul, una mujer se quitó el burka y corrió desnuda por las calles, dando gritos subversivos. Fue abatida por varios disparos de la Policía.

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