El tema de la Tertulia de ayer era "Veleros" y yo, que estoy un poco triste, o mejor: metafísicamente indignado, por los recientes fallecimientos de dos buenos amigos, presenté este texto que representa una reflexión sobre la muerte y la inmortalidad como alternativas. Ahí os lo dejo:
LOS VELEROS DEL FIN DEL MUNDO.
El barco deportivo AKV-2157 surca las azules aguas mediterráneas con sus
velas rígidas al viento, cubiertas de células solares que proporcionan energía
a los motores auxiliares de emergencia y maniobra. En el cielo, un enorme
dirigible, movido por energía solar, avanza majestuoso por entre las nubes. Y en
la cercana ciudad, cuyos edificios armonizan perfectamente con el entorno
natural, los transportes públicos recorren sus caminos con cadencia rutinaria. Para
quien quiera ir a la Luna, una vez por semana, desde el astropuerto de los Andes,
un trineo magnético impulsa a la nave de línea “Selene” montaña arriba, hasta
despedirla a velocidad supersónica, y entonces su motor de fusión produce un
chorro incontenible de vapor de agua que le hará alcanzar la velocidad
necesaria. En los lejanos confines de nuestro Sistema, naves robot impulsadas por
antimateria se encaminan a velocidad creciente hacia las lejanas estrellas. Es la
civilización ideal, de ecología y tecnología perfectas, al servicio de los
inmortales.
Desde que a finales del siglo XXI la doctora Jiang-King-López
descubriera el gen de la vejez, todo cambió en la Tierra. Su famosa frase: “La
vejez y la muerte son un método natural de obsolescencia programada para evitar
la saturación del hábitat”, no solo le dio el Premio Nobel sino que inició el
programa de inmortalización humana. Pero a cambio de la juventud eterna, los
humanos tuvieron que renunciar a muchas cosas. En el planeta perfecto nunca más
nacería un niño. Sin muertes naturales, la superpoblación hubiera resultado
insostenible, y los procedimientos de inmortalidad incluyeron la esterilización.
Hubo parejas que no quisieron renunciar a reproducirse y, por
consiguiente, no se sometieron a la inmortalización; pero tuvieron que
abandonar el planeta, por imperativo legal, y embarcarse en una nave-arca
generacional, camino de alguna estrella con planetas habitables. El plan era
que los descendientes de los que salieron de la Tierra poblarían un nuevo mundo
donde seguiría naciendo y muriendo gente; pero las últimas noticias recibidas de
ellos dieron cuenta de una rebelión a bordo, de gente que no quiso morir y se
inmortalizó. Cesaron los nuevos nacimientos cuando se saturaron los habitáculos
y la gigantesca nave siguió su rumbo hacia la nueva Tierra que, con el tiempo,
será una perfecta copia de la original…
El velero AKV-2157 sigue navegando por un mar azul lleno de criaturas.
Por delante de la proa saltan los delfines, y las gaviotas se posan confiadas
sobre las vergas… pero su cubierta y sus camarotes están vacíos. ¿Dónde se
encuentran sus pasajeros?
Cuenta la Historia que, durante los primeros mil años, solo algunos humanos
murieron en accidentes o practicando deportes de riesgo. El resto se fue
volviendo cada vez más temeroso de percances fatales, y casi nunca salían de
sus búnkeres blindados, no fueran a morirse accidentalmente, ahora que ya no
envejecían. Así que los vehículos de servicio público viajaban en vano de un
sitio para otro, en busca de humanos que rara vez los utilizaban. Más tarde,
hacia el segundo milenio de inmortalidad, comenzaron los suicidios. Ahora ya
nadie usa los veleros ni los dirigibles, nadie viaja a la Luna, solo los androides
se ocupan de que funcionen los servicios y los sistemas de mantenimiento…
A bordo del AKV-2157 suena una llamada de atención y a continuación se
encienden los televisores en el puente y los camarotes desiertos.
-Esta mañana se ha suicidado el último ser humano de la Tierra –
comunica un androide inexpresivo -. Se llamaba Ken Tanaka. Antes de matarse, nos
ha dejado una grabación en la que dice que ya no soporta su eterna juventud sin
objetivos, que no piensa vivir otro siglo sin escuchar la risa de un niño y que
la inmortalidad ha ocasionado la extinción de la Raza Humana. La inmortalidad,
ha dicho, es la muerte.
Después, los televisores se apagan definitivamente y los veleros siguen navegando
sin rumbo por el mar azul, rodeados de criaturas mortales y felices.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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