martes, 13 de enero de 2015

UN CUENTO Y UN POEMA.

Ayer tenía mi tertulia literaria, pero una inoportuna gripe intestinal me mantuvo postrado en el lecho. Así que no puede disfrutar de la compañía de mis amigos y amigas, ni de la sabrosa cena que nos suelen servir (no estaba para esas cosas) en el Hotel Abba Centrum de Alicante. Mandé mi participación, que respondía al tema "Cuento" y en el que me recreaba con la paradoja de que quizá la realidad social de nuestro mundo capitalista es más irracional que los famosos cuentos para niños. También había compuesto un poema sobre la urgencia de vivir.
Espero que os gusten:


EL CUENTO DE LA VIEJA
Anochece. La niña ha terminado de cenar y se dispone a dormir. Ya se ha desnudado y puesto el camisón, ella solita, y se ha metido en la cama.
-Abuela, abuela, ¿me cuentas un cuento?
Y la vieja se sienta al borde del lecho y sonríe, mientras arropa a la niña y se deleita contemplando sus rubios cabellos ensortijados y sus ojos azules del color del mar lejano.
-Érase una vez… – dice, escrutando las rugosas vigas del techo, como si buscara en sus vericuetos carcomidos la inspiración de lejanos recuerdos – Érase una vez un extraño país donde no existían las monedas de oro, de plata ni de cobre. El dinero consistía en estampitas de papel que tenían el valor que llevaban impreso en una de sus esquinas.
-¿Y los habitantes de ese país tan extraño podían creerse que el valor de un papel depende de la cantidad que lleva escrita, y no del peso y el material con que está hecho?
-Sí, porque eran unas personas muy tontas. Tanto que en ocasiones los ricos acaparaban todo ese dinero de papel y los pobres no podían comprar pan.
-¡Ay, que risa, abuela! Pero, ¿cómo podían pensar que el papel vale más que el pan? Si el papel no se come…
-Pues, ya ves. Además, sus leyes eran muy raras. Había una ley que decía que los que aportaban una cantidad de ese ridículo dinero de papel para montar una empresa, eran ya para siempre sus dueños; mientras que los trabajadores que la hacían funcionar todos los días y sin cuya labor no daría ningún producto, no eran en absoluto dueños de nada, y solo tenían derecho a percibir un salario muy inferior al valor de su trabajo.
-Eso es increíble, abuela. ¿Y los trabajadores lo consentían?
-Sí, sí, y más todavía. Los políticos que conseguían el poder con los votos de todos, y que para ganar las elecciones hacían al pueblo muchas promesas, las incumplían luego y se dejaban sobornar por los ricos, convirtiéndose en corruptos, o sea, podridos.
-¿Y todo por esos billetitos de papel?
-Ah, por esos billetitos había quien robaba, quien mataba y quienes provocaban guerras espantosas y crisis llamadas “económicas”, en las que la gente podía morir de hambre en un país donde sobraban el trigo y la carne, pero faltaba el papel.
-No me cuentes nada más, abuela, porque no me puedo creer un cuento tan descabellado. Esa historia es tan absurda que no puedo entenderla.
Y la vieja se queda pensando un momento.
-Pues, ¿sabes?, yo creo que Lobo sí que la entendería…
-Buenas noches, Abuelita – dice la niña, negando con la cabeza.
-Buenas noches, Caperucita.                                         

                                                                                                 Miguel Ángel Pérez Oca.


SIEMPRE ES AHORA.

Pudo haber sido todo tan grande y tan hermoso.
Pudo la vida haberme dado tanto, y di tan poco.
Pude haberme subido a la cuadriga tantas veces,
cuando pasó por delante de mi puerta.
Pude haber escalado el balcón de Julieta
en alguna hermosa noche de amor y de lujuria,  
y amar así, y morir gloriosamente,
y ser inmortal por un instante eterno.
Pero me quedé sentado en mi silla de enea,
bajo el porche de mi casa enjalbegada,
por miedo al tiempo y al espacio,
por miedo al escándalo y al dolor,
pero, sobre todo,
por miedo a las decepciones, los fracasos y los ridículos,
pensando que mañana vendrían otras ocasiones
más correctas, menos arriesgadas.
Y olvidé, o nunca aprendí, que
SIEMPRE ES AHORA.

Y ahora, en este ahora de hoy,
todavía sentado en mi silla de enea,
bajo el porche de mi casa enjalbegada,
me lamento de un pasado que no fue,
de un futuro que jamás llegaría a ser
y de una vida malgastada en recuerdos y alarmadas prevenciones,
desdeñosa del presente,
equivocada sobre la auténtica realidad del devenir.
Y me grito a mí mismo: ¡Estúpido! ¿A qué esperas?
La gloria de hoy es intransferible.
Nada ocurre en el pasado, nada pasa en el mañana.
Vive hoy o prolonga para siempre tu letargo,
emulando al geranio bien regado en su maceta,
bajo tu porche, en tu sillita de enea, arropando a tu ego cobarde,
por los años, por los siglos, por las eras que nada significan.
Vive hoy, te digo, o prívate de ti mismo.
¡Vive! Vive ya. Porque
SIEMPRE ES AHORA.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Otro día, la abuelita, contó otro cuanto a la niña:
"Las tropas del Faraón seguían a los huidos con pocas horas de distancia. Moisés llegó con cuatrocientos mil judíos a la playa del Mar Rojo (con perdón), construyó unos barcos en pocos minutos y pasó la lengua de mar antes de que el ejercito del Faraón les alcanzara. Luego las olas ahogaron a los perseguidores....Moisés y los suyos vagaron durante cuarenta años por el desierto y los dueños de la pizzeria "Maná" les llevaban cada noche pizza carbonara con sus motos..."
La niña contestó: "Abuela eso no se lo creé nadie".
La abuela suspiró y susurró por lo bajini: "Pues si te cuento la versión oficial....".
Ya lo dijo León Felipe.

Eusebiet d´Alacant