martes, 10 de junio de 2014

SENSIBILIDAD, DIVINO TESORO...



El tema de ayer, en la Tertulia de la Bodega Adolfo, era la SENSIBILIDAD. La vida me ha enseñado que una ideología perversa puede convertir en un monstruo a alguien cuya sensibilidad y educación deberían hacer de él, o ella, una excelente persona. Por eso no me gustó del todo la película "Novecento", en la que salía un fascista que era un monstruo de maldad paranoica, capaz de matar niños para divertirse. Yo pienso que lo malo del Fascismo es que no solo los monstruos patológicos pueden ser sus verdugos, sino incluso buenas personas contaminadas de una ideología monstruosa. A mí me da más miedo un buen vecino amable y simpático que se confiesa franquista que un pobre loco que no sabe lo que hace. Lo aprendí en Auschwitz. 
Bueno, mi trabajo se llama "La sensibilidad de Walter". Ya me diréis qué os parece.

LA SENSIBILIDAD DE WALTER.
            Walter era un hombre extremadamente sensible, romántico, cariñoso, educado y amable. Era el mejor vecino del poblado, siempre dispuesto a hacer un favor a un compañero, a ayudar a transportar la bolsa de la compra a una vecina, a entablar una conversación simpática con un niño de la vecindad. Su sentido de la estética era exquisito, incluso algo quisquilloso. No soportaba ver un cuadro torcido o un vestido de  mujer que no hiciera juego con los zapatos y el bolso. Su casa estaba decorada con un  gusto excelente, dentro de la modestia propia de las circunstancias. A menudo se extasiaba oyendo música sinfónica en su moderno tocadiscos y, aunque guardaba sus efusiones para la intimidad, se decía de él que no podía escuchar el Coro de los Peregrinos de Tannhauser sin derramar un torrente de lágrimas. Abominaba de la suciedad, el desorden y la cochambre. Todo alrededor de él debía ser, y lo era, perfecto. Él mismo también era un hombre perfecto, atlético sin rasgos de brutalidad, alto sin exageración, rubio y con un rostro viril de facciones que recordarían a una estatua griega. Todo era perfecto en Walter y su entorno. Y era su obra, pues su delicada sensibilidad no le hubiera permitido vivir en un ambiente que no fuese inmaculado.
            Aquella mañana se levantó a las 7 en punto, como siempre, y después de la ducha se dirigió al comedor envuelto en su batín de seda japonesa, recuerdo de cuando estuvo destinado como agregado militar en Tokio. Su hijo y su hija le esperaban sentados, muy derechos, a ambos lados de su lugar en la mesa, mientras la esposa, rubia y hermosa, traía de la cocina una bandeja con leche, café, tostadas, mermelada, mantequilla y salchichas. Como todos los días durante el desayuno, se habló de los estudios de los pequeños Friedrich y Frida y de la labor de Marga en la iglesia del reverendo Braun, que se ocupaba de un grupo de heridos de guerra en la vecina ciudad de Kattowitz. Walter no hablaba de su trabajo, nunca lo hacía; prefería escuchar a sus seres queridos y comprobar por sus comentarios que todo marchaba perfectamente.
            Al terminar, se dirigió a su habitación y se puso el uniforme. Ningún otro oficial podía presumir de vestir con un corte más elegante y perfecto; ni de haber gastado tanto dinero en pagar al mejor sastre de Düsseldorf. Después, salió a la calle. Hacía un excelente tiempo de primavera, sin apenas nubes. En el centro de la calzada le esperaba el desagradable sargento Schmidt, un hombre cejijunto y colorado, de rostro brutal y facha innoble, cuya presencia hería la sensibilidad de Walter.
-A sus órdenes, mi capitán. Tenemos un tren a las 9. Nos traen mil individuos.
-Avise al doctor – ordenó Walter, evitando mirar al sargento.
A la hora exacta – los trenes alemanes jamás se retrasan – llegó el convoy. De las entrañas de sus vagones grises surgió una muchedumbre de gente zaparrastrosa, maloliente y aterrada, que se apresuró a formar de a tres, a los gritos de los capos.
En alguna otra ocasión, la vista de un grupo de aquellas personas, por una calle cualquiera, le hubiera provocado nauseas. Pero el consolador pensamiento de que estaban allí para ser exterminadas y que las ciudades del Reich permanecieran limpias de seres repugnantes, fortalecía su ánimo.
-Solo he encontrado trescientos veinte aptos para el trabajo. El resto son viejos, niños y enfermos; así que irán directamente a la cámara de gas… Ah, y he separado tres parejas de gemelos para mis experimentos – le dijo un médico de bata blanca.
-Gracias, doctor Mengele – contestó Walter, mientras observaba con disgusto la amarillenta y desigual dentadura del galeno. Después, ordenó que se llevaran a los prisioneros, unos a los barracones y otros a un tétrico y sólido edificio de ladrillo.
-¡Hala – gritó el sargento al grupo de los condenados -, vamos a la ducha!
Y un niño sonrió a Walter, que le devolvió la sonrisa con un gesto de ternura.
Era tan sensible.                                                           
                                                                                 Miguel Ángel Pérez Oca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Impresionante. Genial!....y real como la vida misma.

Eusebiet.

Anónimo dijo...

Un capo nazi es como un delegado del FMI. En ambos casos son personas pulcras que persiguen un fin concreto: eliminar las trabas para sus objetivos. El uno las trabas de una supuesta raza inferior ya sea semita o eslava. El otro persigue que la economia funcione sin las trabas naturales. estas pueden ser los derechos de los seres humanos a un trabajo digno, por ejemplo. Es curioso que ahora hay más paro, la deuda está disparada, la deuda no lo que ahora se pone en venta. Por que los intereses a pagar de los casi tres primeros años del PP son intragables. Sin embargo la prima está bajo mínimos. Los derechos de la calase trabajadora no existen y la patronal va en busca del esclavismo neoliberal. Hay hambre física, los dias se suceden entre la aparición de empresarios corruptos. A mansalva. Recordar que tras un politico corrupto o un sindicalista siempre hay un empresario corrupto. Es decir cuando a España le va bien y a Alemania (el Amo) es cuando a los españoles les va mal. Parece que la culpa no la tienen las hipotecas basuras de los EE.UU. o las intenciones claramente neo nazis de la Merkel o el descerebramiento del tal Aznar y su burbuja económica. La culpa la tiene el trabajador fijo ya sea funcionario o por cuenta ajena. Está claro: cuando veas a alguien muy pulcro, aunque no lleve uniforme nazi, seguro que quiere pasar por encima de tu cadaver para cuadrar sus cuentas ante la clase "propietaria". Yo siempre he tenido mucho miedo de los que llevan corbata y huelen a colonia cara. No hace muchos años asesoré a los sindicatos del Banco de Valencia sobre el problema de los atracos. Solo padecieron uno que gracias a mis consejos fue aclarado en unas pocas horas. Quien iba a decirles a mis compañero de dicho banco que quien iba a acabar con el banco no era un pobre y zaparrastroso atracador si no un lustroso y aparente grupo de consejeros y accionistas.

Eusebiet.