miércoles, 19 de marzo de 2014

UN FALO DESCAPOTABLE (SEGÚN DESMOND MORRIS).



Bueno, pues ya hemos celebrado la reunión quincenal de la Tertulia de la Bodega Adolfo en su lugar habitual (Hotel Ava Centrum de Alicante), y hemos disfrutado de la opípara cena que es habitual, tras la ardua tarea de escribir sobre el tema propuesto, que no era otro que "FALO" ¡Ahí es nada!. La propuesta del tema para la reunión siguiente corresponde a los que vienen por primera vez, o después de una ausencia prolongada, y una querida amiga tuvo la idea. La verdad es que el tema da mucho de sí, pese a su aparente desvergüenza, y lo pasamos muy bien.
Ahí va mi participación (con permiso de don Desmond Morris):

DESMOND MORRIS Y EL FALO DESCAPOTABLE.
            Sostiene Desmond Morris en su obra “El Mono Desnudo” que, salvo por lo concerniente a la superior capacidad intelectual y al delicado vello corporal que deja nuestra epidermis al aire, las diferencias de comportamiento entre el Homo Sapiens y los demás primates son insignificantes. Humanos, gorilas, chimpancés, gibones y orangutanes somos igual de rijosos y promiscuos, por mucho que los sacerdotes se hayan empeñado en llevarnos por caminos antinaturales e instituyeran el sacrosanto matrimonio vitalicio y monogámico. La frustración sexual que ocasionan las normas sociales impuestas es la causa de que a los seres humanos, de uno y otro género, todo cuerpo más o menos cilíndrico, rígido, de buen tamaño y color encendido nos parezca, subliminalmente, el símbolo de un poderoso falo erecto: Es que estamos salidos.
            Pero, en fin, Perico no había leído a Desmond Morris; de hecho, salvo el Marca, no leía gran cosa. Y no sabía que la vida de los machos y hembras de edad propicia está plagada de insinuaciones fálicas. Así que ignoraba que su reluciente automóvil descapotable rojo era, ni más ni menos, su particular tótem, su símbolo fálico personal. Había observado, eso sí, que las hembras de la especie se deshacían en miradas insinuantes cuando él aparecía ante ellas montando su BMW descubierto y bermejo; pero creía, el muy ignorante, que el interés mostrado por sus ocasionales amiguitas era debido a que les molaba darse un paseíto en su cochazo deportivo. Tal como le hubiera aclarado Desmond Morris, si su libro hubiera salido en fascículos en el Marca, los instintos libidinosos de las señoras se despertaban espontáneamente ante la vista del enorme apéndice rojo que constituía el morro del coche, que parecía surgir de su cintura, más o menos. Perico se las prometía muy felices cada vez que una chavala accedía a acompañarlo en una excursión asfáltica, que solía acabar en el apartamento de soltero que poseía junto a la playa y que él hubiera querido convertir en un picadero donde realizar las mayores proezas sexuales. Pero, inevitablemente, en cuanto se bajaba del vehículo fálico y se mostraba en su real apariencia, se sentía como desprovisto de un arma poderosa; y, por otro lado, la fémina implicada parecía perder interés por él y prefería volverse a casa, en el coche, por supuesto.
            Pasó el tiempo, y a la empresa de Perico vino a trabajar un nuevo compañero muy intelectual, de esa gente rara que lee libros y se la bufa el fútbol. Se llamaba Remigio y poseía el difícil arte de escuchar. Perico tuvo el acierto de confiarle sus frustraciones amorosas y Remigio le recomendó que leyera el libro de Desmond Morris.
            Al poco tiempo, Perico se presentó en uno de esos establecimientos donde se realizan “tattoos & piercings”. El dueño, un tipo de mirada somnolienta, cubierto de pies a cabeza de tatuajes horteras, se le quedó mirando con un gesto de interrogación.
            -Buenos días. Quiero que me hagan un tatuaje muy especial…
            -¿Dónde?
            -En el falo.
            -¿Dónde dice? – inquirió el artista con extrañeza. Seguramente, desconocía el significado de la palabra.
            -¡En la polla! – contestó Perico con resolución – Verá, quiero que me tatúen unas ruedecitas a los lados, y delante unos faros y una matrícula. Ah, y que se quede todo, todo, de color rojo chillón, como el del coche de ahí fuera ¿vale?
            Y el tatuador se encogió de hombros.
            -Bueno, jefe, lo que usted diga. El que paga, manda.
            Desde entonces, los encuentros sexuales de Perico fueron muy satisfactorios, siempre que la eventual pareja superase el primer ataque de risa.
Moraleja: Hay que leer a Desmond Morris y dejarse de pamplinas.

Miguel Ángel Pérez Oca.

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