jueves, 2 de mayo de 2013

MI CABEZA NO.



En la Tertulia de la Bodega Adolfo nos habíamos puesto como "deberes" escribir algo sobre el tema "MI CABEZA, NO". Y yo he presentado el trabajo que os pongo aquí. Espero que os guste, y que no os asuste ni os escandalice demasiado. Ya sabéis lo irrespetuoso que soy. Qué le vamos a hacer...
Feliz viaje a los compañeros que van a África a curar a nuestros hermanos menos afortunados que nosotros.
Adolfo Celdrán volvió el martes a estar con nosotros. Creo que se quedará. Y me alegro mucho.
Bienvenido.


MI CABEZA, NO.
Supongo que aquella fue una ceremonia de entrega de los Premios Nobel como cualquier otra, pero cuando el dichoso galardón se lo dan a uno todo parece excepcional. Recuerdo que, después de la cena de gala, una limusina negra me esperaba a la puerta del palacio para llevarme al hotel. Soy un solitario vocacional. No tengo familia ni amigos íntimos, así que nadie me acompañaba en este momento de gloria; solo el conductor del coche, que me sonrió con una mueca un tanto forzada que yo interpreté como un gesto profesional.
-¿Desea que le lleve al hotel?
-Sí , pero antes deme una vuelta por la ciudad, por favor... Nunca he estado en Estocolmo.
No sé cómo llegué a mi destino. Sin duda me había dormido, o me habían dormido. Lo primero que pude comprobar al despertar fue que no estaba en la habitación del hotel sino en un cubículo de cristal, o algún otro material transparente, y que me encontraba desnudo.
-Buenas noches, profesor – me dijo el hombre de blanco.
Yo conocía aquel rostro. En un principio lo asocié con el Emperador de la Guerra de las Galaxias, pero no era él, evidentemente. Era otro personaje muy conocido, aunque no me atreví a identificarlo con toda seguridad. Resultaba tan increíble que fuera él...
-¿Sabe, profesor? Hemos comprobado que es usted la persona con el índice intelectual más alto de todos los habitantes del planeta.
-No lo sabía – respondí, irritado -, pero dada la situación en la que me encuentro, no me consuela en absoluto.
Aquel hombre de aspecto malicioso y desconfiado, bajo una impostada pátina de bondad artificiosa, se permitió emitir unas leves carcajadas.
-Necesitamos su cabeza, profesor. Nuestros asuntos no van nada bien...
Empezaba a sospechar que aquel hombre era quien me parecía que era.
-¿Dónde estoy? - pregunté.
-Ah... en un sitio a cuatro kilómetros de profundidad bajo el Coliseo de Roma. Desde aquí hemos estado dominando el mundo durante más de dos mil años. Fue una buena idea venir a este pequeño planeta a colonizar a unos animalitos tan manejables como vosotros.
Estaba seguro. Sabía quién era. Y un sudor frío empezó a descender por mi frente.
-¿Qué quiere usted de mí? - exigí más que pregunté.
-Ya se lo he dicho. Quiero su cabeza. Nuestros métodos de siempre ya no nos sirven. Necesitamos una mente moderna, que sepa ganarse la voluntad de... nuestros... ¿súbditos?
-¡No! - protesté - ¡Mi cabeza, no! No conseguiréis que me ponga a vuestro servicio, jamás.
El hombre de blanco sonrió, con esa mirada clara y desconfiada que le había visto en la televisión tantas veces.
-No es tu voluntad la que necesitamos, si no tu inteligencia. Así que no utilizaremos todo tu cerebro si no solo su parte lógica. Será una sencilla operación quirúrgica. No te dolerá. Mi personalidad quedará implantada junto a tus magníficas circunvoluciones. Después, yo “dimitiré” y me “retiraré”, y tú ocuparás mi lugar, pero la voluntad que moverá tu inteligencia será la mía – y una sucesión de carcajadas malévolas surgió de su garganta aparentemente frágil.
-¡Noooo! ¡Mi cabeza, noooo! - terminé gritando mientras aquella aguja, surgida de no sé dónde, se iba introduciendo en mi cerebro.
….................................................................................................................................
¡Habemus Papam...! – recitó el androide vestido de archidiácono desde el balcón de la Basílica de San Pedro.
Y yo me asomé a la plaza atestada de fieles. ¿Era yo? Bueno... mi inteligencia era mía, pero la voluntad pertenecía al melifluo y malvado hombre de blanco. Y ahora mi cabeza iba a ser el instrumento que idearía los cambios que necesitaba la Organización para perpetuarse en el poder.
-Antes de daros mi bendición, os pido que recéis por mí – dije a la multitud con mi acento argentino de siempre, y todos se dieron cuenta de que algo estaba cambiando en la cúspide de la Iglesia Católica. Algo estaba cambiando para que no cambiase nada.
Miguel Ángel Pérez Oca.

No hay comentarios: