jueves, 24 de noviembre de 2011

LA GRAN PRUEBA.



Antes de poneros la última narración leída en la Tertulia de la Bodega de Adolfo, quiero dejar bien claro que no todas las empresas se comportan como la del cuento, que no todos los jefes son como el del cuento y que no todos los encargados de personal aceptan someterse a la prueba del cuento. Afortunadamente, todavía queda gente decente en esos ámbitos, aunque son minoría, que conste.


LA PRUEBA DEL HIJOPUTA.
(basado en hechos reales)
El jefe me observaba atentamente desde su butaca de cuero negro, tras la enorme mesa de despacho. Yo, de pie ante él, me temía lo peor.
-Bueno, bueno... Blázquez, estoy muy satisfecho de su trabajo. Durante mis vacaciones ha llevado usted la oficina de manera impecable. Enhorabuena.
-Gracias, don Borja – le contesté con un hilo de voz, porque, efectivamente, ahora si que estaba seguro de mis temores.
-Mire, Blázquez, como usted sabe, nuestro Jefe de Personal, el bueno de Domínguez, se nos jubila el mes que viene y he pensado que usted es la persona idónea para ocupar ese puesto.
Efectivamente, lo peor había caído sobre mí. Llamar “bueno” al malvado y prepotente Domínguez ya era muy significativo. El Jefe debió darse cuenta de mi velado gesto de repugnancia y se dispuso a ser convincente.
-Recibirá usted un sueldo de jefe de segunda, Blázquez, casi el doble de lo que gana hoy. Tendrá que trabajar algo más, sobre todo en épocas de convenios colectivos y conflictos laborales, y tomar decisiones que no siempre son agradables, pero a cambio podrá llevar a sus hijos a un buen colegio privado, mudarse a un bonito bungalow en la zona residencial, comprarse un coche nuevo… en fin, todo eso a lo que aspira un hombre valioso, hogareño y trabajador como usted.
Yo permanecía callado, pensativo, esperando quizá algo peor todavía.
-Así que, querido amigo – me dijo don Borja -, voy a encargarle ya un primer trabajo muy delicado. Quiero que me haga una lista de veinte empleados susceptibles de ser despedidos, por orden de prioridad, ya sabe: embarazadas con contrato eventual, afiliados a sindicatos, enfermos crónicos, gente desmotivada... Tenemos que hacer una remodelación de personal para abaratar los costes.
Cuando salí del despacho del jefe me temblaban las piernas. Me senté ante mi ordenador y permanecí con la mirada fija en la pantalla apagada. A mi lado, el viejo Gandarias me miraba con curiosidad.
-¿Qué te pasa, muchacho? Estás lívido. Parece que el tío Borja te ha pegado una buena bronca.
-Peor que eso, mucho peor – le contesté, y le conté lo sucedido. Siempre he tenido una gran confianza con el viejo Gandarias, cuyos consejos aprecio mucho.
-Mira, hijo – me susurró al oído -, el baranda te está haciendo la prueba del hijoputa. Quiere saber si estás dispuesto a destrozarle la vida a tus compañeros a cambio de dinero. Así que escúchame bien: Si decides aceptar, puedes justificarte pensando que la mayoría de los tíos y tías que nos rodean en esta oficina le dirían que sí al jefe sin pensárselo dos veces. Aunque no debes decidir nada de lo que te vayas a arrepentir después – y se quedó mirando al techo -. A mí también me hicieron esa prueba hace muchos años. ¿Por qué te crees que sigo siendo oficial de tercera a mi edad? Vivo en un piso viejo, mis hijos están en el paro y mi coche es un trasto... Quizá debí aceptar.
Esa noche no pude dormir. No le conté nada a Paquita, porque sabía que me hubiera pedido que no aceptara el cargo, ya que por encima de todo están los principios. Y me levanté de madrugada, dudando aún si rendirme y elaborar la dichosa lista…
Nada más llegar a la oficina, don Borja me llamó a su despacho. Al entrar, vi que le complacía mi amplia sonrisa, que él interpretó como de complicidad.
-Venga, venga, deme ya esa lista – me dijo alargando la mano hacia mí.
Y yo hinché el pecho, lo miré al fondo de los ojos y tomé carrerilla mentalmente, antes de pronunciar una sola palabra, una palabra de una única y rotunda sílaba:
-NO.






Miguel Ángel Pérez Oca.

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