martes, 20 de septiembre de 2011

GALICIA, GALICIA...













Os pongo el texto de un correo electrónico que he mandado a una amiga gallega que vive en Madrid, ahíta de morriña, dándole cuenta de mis recientes vacaciones en la tierra de los percebes, los centollos, el granito, Prisciliano (suplantado por un tal Jacobo) y la sublime Rosalía de Castro.
Ahí va:

Para:Deva - De:Miguel Ángel Pérez Oca - Enviado:domingo, 18 de septiembre de 2011 - 19:52
Ay, Deva, que me he enamorado de Galicia. Ese paisaje brumoso donde la neblina difumina los perfiles de las cosas y las vuelve irreales, misteriosas y dulces, sin una línea recta del horizonte que nos recuerde que vivimos en la superficie de una esfera, sin unos campos yermos que nos digan que la vida puede rendirse bajo el sol y la sed, tal como en mi tierra rigurosa e intransigente. Todo verde y todo suave. Y la gente, dulce, suave y firme a la vez, cariñosa, trabajadora, con un punto de superstición y con la cautela de quien vive cerca del bosque y de las olas bravas. Celtas de los poblados de granito y paja en los altos de Santa Trega, con la desembocadura del Miño a los pies en un raro día de sol. Pontevedra y sus callejas de granito, sus soportales, y una amable y fuerte gallega que nos prepara un pulpo con pimentón junto a un bar que nos sirve un vasito de Alvariño y un pan jugoso como no los hay ya por estos lares. La Coruña con sus galerías blancas frente al mar y María Pita en su estatua, matando al inglés. Combarro con sus hórreos junto al mar, lejano en marea baja y amenazador cuando crece por influjo de la luna. Santiago, con el santo que hay que abrazar, aunque yo lo saludé en voz baja, y le dije: "Hola, viejo Prisciliano, siempre habrá quien no te olvide, camarada revolucionario. Tú eres tú y aquel palestino, discípulo de Cristo, que murió en Tierra Santa, usurpó tu fama, pero no lo consiguió del todo, ¿verdad?" y el misterio, tan gallego él, continuó presidiendo el magnífico templo románico enmascarado tras una inoportuna fachada barroca. Qué bella debió ser la catedral cuando el Pórtico de la Gloria lucía desnudo en su frontispicio de arcos de medio punto, antes de Trento y sus truculencias y recargamientos. No he visto panorama más impresionante que el que se divisa desde la Torre de Hércules, al son de una gaita tocada con maestría por un celta que no era precisamente gallego, sino irlandés (cosas de la vida y de la globalización), ni escultura más inquietante que la del "Cuerpo Danone" al comienzo del camino que conduce al faro eterno. Y Baiona, con su réplica de la Pinta y sus mariscadoras de brazos hercúleos, estampa viva de la fuerza de las mujeres gallegas. La guía nos hablaba de las féminas de estas tierras, de su energía, de su férrea voluntad y de su dulzura. Recordó los gigantescos restos de una mujer celta de más de dos metros de altura, encontrada en unas excavaciones de la catedral de Santiago, de María Pita, de la Bella Otero, de doña Emilia Pardo Bazán, y de la inigualable Rosalía de Castro:
"Adiós, ríos, adiós, fontes;
adiós, regatos pequenos;
adiós, vista dos meus ollos;
Non sei cando nos veremos..."
Es la morriña, la nostalgia, tan gallega ella, hecha poesía, y sobre todo la galleguidad, auténtica y retunda. Ah, Rosalía, cómo del dolor puede surgir tanta belleza. Si además es cantada por Amancio Prada, uno se puede morir de dulce tristeza.
Y el paladar también participa con la poesía gastronómica de un plato de percebes, o de berberechos, o de gambas tiernas y jugosas como la niebla, o de mejillones al vapor degustados en plena ría de Arousa, a bordo de una barca del Grove. Las gaviotas, tan listas como el hambre, se acercan y planean sobre nosotros y capturan las mollas de mejillón de la punta de nuestros dedos. Después, ahítos de marisco y alvariño, bailamos una muñeira en una de las mejores tardes de mi vida, acompañados de los gritos exigentes de las gaviotas, entre bateas y risas. Qué momentos tan magníficos.
Por vivir unos días en Galicia y entrar en su espíritu, vale la pena aguantar un viaje de 14 horas en autobús y acabar con los pies hinchados como botas.
"Adiós groria, adiós contento.
Deixo a casa onde nacín,
deixo a aldea que conozco
por un mundo que non vin.
Deixo amigos por extraños,
deixo a veiga polo mar,
deixo, en fin, canto ben quero...
¡Quen pudera non deixar!"
Tienes suerte, mucha suerte, de ser gallega, y mujer, y sabia...
Besiños.
Migueliño el antípoda.

2 comentarios:

Despistada dijo...

Que bonita tiene que ser Galicia, pues nada mas leyendo tu texto me imagino lo preciosa y verde que tiene que ser, y me imagino a las gaviotas sobrevolando por encimas de vuestras cabezas para poder adueñarse de la molla del mejillón de vuestros dedos.Que lastima el año pasado pudimos ir y no fuimos.Bueno otra vez sera, pero tenemos que ir.¿Y que, ya te has puesto a régimen del colesterol? un beso.

Miguel Ángel Pérez Oca dijo...

Bueno, en eso estamos, a base de lechuga y pechuga, hasta que nos pongamos en 76 kg. de los 80 de ahora, conseguidos a base de percebes, mejillones, berberechos, centollos, etc.
Un beso.
Miguel Ángel Pérez Oca.