VINO AL BORDE DEL ABISMO.
Ahí está el vaso, cilíndrico y brillante, lleno de un vino rojo oscuro más cerca del tono de la sangre que del rubí. En otro tiempo lo hubiera olido y paladeado intentando captar el espíritu de sus taninos llenos de vida. Hubiera sabido, sin mirar la etiqueta de la botella, su procedencia, la marca e incluso la cosecha. Yo era entonces un entendido en vinos y quería estudiar para enólogo y ganarme la vida haciendo de la crianza una obra de arte y de perfección. Hubiera dado nueva vida a los viñedos de mi padre, hubiera hecho de nuestros caldos el estandarte de mi comarca. Ahora, en cambio, me da igual la marca, el origen, la cosecha, el sabor más o menos afrutado, el aroma, el color. Solo quiero que sea vino, vino vulgar y barato, con tal de que guarde en su interior el fuego alcohólico de sus grados. Porque para mí el vino ya no es un medio de alcanzar el feliz equilibrio de la vida ante una mesa con ricos manjares, una conversación ingeniosa y quizá un cruce de miradas prometedoras de un inmediato romance. No, el vino, ahora, solo me sirve para aturdirme, para caer de nuevo en la borrachera nauseabunda y el frenesí de un delirium tremens que me lleve de una puñetera vez a la tumba.
Varios años de rehabilitación en el más caro de los establecimientos especializados no han conseguido que vuelva a ser el mismo de antes. Buenos dineros que se ha gastado mi padre para conseguirlo, pero es justo que su fracaso, no el mío, sea el digno castigo al inmenso daño que me hizo. Hoy he salido de la clínica, dicen los médicos que rehabilitado, y me ha faltado tiempo para entrar en una taberna y pedir una botella de vino peleón. He mojado el índice en el vaso y he escrito en la madera: “Me cago en mi padre”.
Acababa de estallar la guerra y a mi digno progenitor le faltó tiempo para ponerse del lado de los insurrectos y darles la lista de los izquierdistas del pueblo a los que había que eliminar. “O ellos o nosotros”, dijo. Al día siguiente me llamaron a filas y mis padres se quedaron lloriqueando a la puerta de la finca, temiendo por mi vida. Pero padre escribió a cierto amigo suyo, pidiéndole que me protegiera. Y así fue como me vi en retaguardia, formando parte de un elitista y bien uniformado pelotón de fusilamiento.
Nuestras primeras víctimas fueron los dirigentes locales de la CNT. Aún recuerdo la mirada de odio de un sindicalista que de niño había jugado conmigo. Cuando el teniente dio la orden de disparar y aquellos hombres curtidos gritaron “¡Viva la República!”, yo cerré lo ojos y apreté el gatillo. El resultado fue un montón de moribundos que se retorcían pidiendo la clemencia del tiro de gracia.
“¡No volváis a hacerme esto, cabrones! – gritó el teniente -. La próxima vez apuntad muy bien al corazón o justo entre los ojos. Disparando con miedo no conseguís más que hacerles sufrir innecesariamente”. Y en la siguiente ejecución, tan solo unas horas más tarde, destacaba entre los reos la maestra del pueblo. Nunca olvidaré su mirada serena y acusadora. Nunca se me borrará el sabor de un beso fugaz durante las fiestas de hacía unos años; un sabor que permanecía en mi conciencia mientras apuntaba entre sus enormes y hermosísimos ojos de color violeta con la intención de que no llegara a sentir la muerte. “Cobarde, cobarde”, musitaba su boca mientras clavaba su mirada en la mía. “¡Fuego!”, gritó el teniente, y yo disparé y la vi caer como un fardo, con la mirada fija todavía en mí y la palabra “cobarde” helada en sus labios.
Desde ese día me dediqué a vaciar botellas, a aturdirme con el vino, a dejarme caer en el lodazal de mi culpa insufrible. No hubo manera de que volviese al pelotón, borracho como estaba a todas las horas del día. Me arrestaron, casi me fusilan. Salí del calabozo para ir al manicomio y hoy he salido al fin del manicomio para ir al infierno.
El vaso está ante mí, lleno de vino barato. Si me lo bebo ahora, volveré a hundirme en el abismo. Lo merezco. Me lo acerco a la boca y voy tragando lentamente.
Glu, glu, glu…
Ahí está el vaso, cilíndrico y brillante, lleno de un vino rojo oscuro más cerca del tono de la sangre que del rubí. En otro tiempo lo hubiera olido y paladeado intentando captar el espíritu de sus taninos llenos de vida. Hubiera sabido, sin mirar la etiqueta de la botella, su procedencia, la marca e incluso la cosecha. Yo era entonces un entendido en vinos y quería estudiar para enólogo y ganarme la vida haciendo de la crianza una obra de arte y de perfección. Hubiera dado nueva vida a los viñedos de mi padre, hubiera hecho de nuestros caldos el estandarte de mi comarca. Ahora, en cambio, me da igual la marca, el origen, la cosecha, el sabor más o menos afrutado, el aroma, el color. Solo quiero que sea vino, vino vulgar y barato, con tal de que guarde en su interior el fuego alcohólico de sus grados. Porque para mí el vino ya no es un medio de alcanzar el feliz equilibrio de la vida ante una mesa con ricos manjares, una conversación ingeniosa y quizá un cruce de miradas prometedoras de un inmediato romance. No, el vino, ahora, solo me sirve para aturdirme, para caer de nuevo en la borrachera nauseabunda y el frenesí de un delirium tremens que me lleve de una puñetera vez a la tumba.
Varios años de rehabilitación en el más caro de los establecimientos especializados no han conseguido que vuelva a ser el mismo de antes. Buenos dineros que se ha gastado mi padre para conseguirlo, pero es justo que su fracaso, no el mío, sea el digno castigo al inmenso daño que me hizo. Hoy he salido de la clínica, dicen los médicos que rehabilitado, y me ha faltado tiempo para entrar en una taberna y pedir una botella de vino peleón. He mojado el índice en el vaso y he escrito en la madera: “Me cago en mi padre”.
Acababa de estallar la guerra y a mi digno progenitor le faltó tiempo para ponerse del lado de los insurrectos y darles la lista de los izquierdistas del pueblo a los que había que eliminar. “O ellos o nosotros”, dijo. Al día siguiente me llamaron a filas y mis padres se quedaron lloriqueando a la puerta de la finca, temiendo por mi vida. Pero padre escribió a cierto amigo suyo, pidiéndole que me protegiera. Y así fue como me vi en retaguardia, formando parte de un elitista y bien uniformado pelotón de fusilamiento.
Nuestras primeras víctimas fueron los dirigentes locales de la CNT. Aún recuerdo la mirada de odio de un sindicalista que de niño había jugado conmigo. Cuando el teniente dio la orden de disparar y aquellos hombres curtidos gritaron “¡Viva la República!”, yo cerré lo ojos y apreté el gatillo. El resultado fue un montón de moribundos que se retorcían pidiendo la clemencia del tiro de gracia.
“¡No volváis a hacerme esto, cabrones! – gritó el teniente -. La próxima vez apuntad muy bien al corazón o justo entre los ojos. Disparando con miedo no conseguís más que hacerles sufrir innecesariamente”. Y en la siguiente ejecución, tan solo unas horas más tarde, destacaba entre los reos la maestra del pueblo. Nunca olvidaré su mirada serena y acusadora. Nunca se me borrará el sabor de un beso fugaz durante las fiestas de hacía unos años; un sabor que permanecía en mi conciencia mientras apuntaba entre sus enormes y hermosísimos ojos de color violeta con la intención de que no llegara a sentir la muerte. “Cobarde, cobarde”, musitaba su boca mientras clavaba su mirada en la mía. “¡Fuego!”, gritó el teniente, y yo disparé y la vi caer como un fardo, con la mirada fija todavía en mí y la palabra “cobarde” helada en sus labios.
Desde ese día me dediqué a vaciar botellas, a aturdirme con el vino, a dejarme caer en el lodazal de mi culpa insufrible. No hubo manera de que volviese al pelotón, borracho como estaba a todas las horas del día. Me arrestaron, casi me fusilan. Salí del calabozo para ir al manicomio y hoy he salido al fin del manicomio para ir al infierno.
El vaso está ante mí, lleno de vino barato. Si me lo bebo ahora, volveré a hundirme en el abismo. Lo merezco. Me lo acerco a la boca y voy tragando lentamente.
Glu, glu, glu…
Miguel Ángel Pérez Oca.
9 comentarios:
Como dirian los franceses: ¡¡¡CHAPEAU!!!
Un relato con una gran fuerza expresiva. Felicidades.
Guillermo.
www.fotomotoeljohnwayne.bolgspot.com
Me ha encantado. Gracias por compartirlo. Vaya fuerza.
Estaba buscando relatos, citas, imágenes sobre "El vino" para una cena poética que organizamos en marzo con este tema. Y me ha encantado. Felicidades.
MON
http://dedondelashadas.blogspot.com
Después de los amables comentarios anteriores, creo que no está de más que leas una crítica de verdad. El planteamiento del relato no es malo y el manejo del idioma es pasable, pero la ejecución es descuidada y malogra el resultado por completo. El relato está falto de desarrollo argumental (probablemente porque debía cumplir las limitaciones de extensión de algún certamen) y por eso tiene ese aire precipitado e inconsistente. Falta documentación histórica: en tiempo de guerra, los pelotones de fusilamiento no eran "cuerpos de élite" en modo alguno, ni tampoco unidades de retaguardia, sino que se componían a partir de la tropa regular. Además, ¿para qué meterse en ese jardín, qué aporta al relato el circunloquio del destino obtenido gracias a las influencias del padre? ¿De verdad alguien se creería que un padre influyente iba a destinar a un hijo, voluntariamente, a un pelotón de fusilamiento aun en el supuesto caso de que existiera ese cuerpo militar específico? La onomatopeya final ("glu, glu, glu") es infantil y absolutamente reprobable si se trata de escribir un relato serio. En resumen: idea aceptable, ejecución muy, muy mediocre.
Para Anónimo:
Le agradezco su crítica, sobre todo en lo que atañe al estilo literario, que no discutiré, entre otras cosas, porque las cuestiones de estilo dependen del criterio de cada autor. En cuanto a las objeciones sobre la verosimilitud del argumento, le diré que está basado en las propias confesiones del escritor y actor don José Luís Villalonga, que afirmaba que esa fue su condición durante la Guerra Civil. Si no es cierto que así fuera, la culpa sería de él, no mía. Por otro lado, sí es cierto lo que me dice sobre que se aprecia que tenía la longitud del cuento limitada. Se debe a la normativa de nuestra Tertulia Literaria que impone que la extensión de los relatos no puede exceder de una página con letra tamaño 12. De otro modo, coincido con usted en que el tema daba para mucho más. De la onomatopeya final (glu, glu, glu) reitero mi completa y asumida responsabilidad, de la que no me arrepiento en absoluto. Creo que le da un dramatismo muy gráfico al final del relato. De todos modos, le rogaría que leyera, si gusta, alguno de los 12 libros publicados por mi (encontrará fácilmente las referencia en Google), para hacerme la crítica que estime oportuna, que será siempre bien recibida. Gracias, otra vez, señor Anónimo.
Miguel Ángel Pérez Oca.
P.D. siento no poderme dirigir a usted por su nombre, pero su firma anónima me lo hace imposible. Lo lamento.
Estimado señor:
Soy yo quien le agradece sinceramente su deferencia al responderme. No obstante, debo reiterar que: 1) No responde a la verdad histórica lo que se dice en relación con el destino militar que se le asigna al protagonista por las razones que he explicado más arriba, que son objetivas y verificables, y eso es así lo diga Agamenón o su porquero. En caso de que el señor de Villalonga haya ofrecido alguna vez esa versión de su pasado, que no lo dudo, hay que concluir que, o bien el señor de Villalonga mistificó de forma deliberada, o bien que se equivocó, o bien que es usted quien se equivoca al interpretar las palabras de aquél. 2) La culpa, como decía el clásico, anda errante; pero la responsabilidad de lo que está escrito es, íntegramente, de quien lo escribió, y la responsabilidad de usted en este caso era verificar que su relato se adecuaba a la verdad histórica, porque usted no ha escrito una entrevista o una biografía, sino una obra de ficción encuadrada en un escenario histórico cierto. A mi juicio, escribir es un acto, sobre todo, de respeto a los lectores, y merece la pena invertir el tiempo y el esfuerzo necesarios para no darles a los lectores gato por liebre. 3) Me parece bien que reivindique usted su onomatopeya final, pero sigo pensando que es impropia de un relato serio. Tiene usted razón en que, en cuestiones de estilo, el autor es quien decide, pero en Literatura no vale todo. De hecho, si acepta el consejo de un colega, su "glu glu" final no sólo no aporta dramatismo a la conclusión del relato, sino que se lo resta por completo, dándole un aire infantil inconsistente con el tono general del texto. Soy el primero que sabe, por propia experiencia, que los escritores nos encaprichamos muchas veces con las fealdades y defectos de nuestras propias obras, pero eso no quita que, para un tercero, sean simplemente eso, fealdades y defectos. Y 4) Le haré la merced de no enumerar aquí los libros que yo mismo he escrito, porque parecería que estamos comparando la longitud de nuestros sables. Si llego a leer alguno de los 12 libros que usted ha publicado, no dude que le participaré mi opinión por esta vía.
Un saludo muy cordial.
El anónimo precedente
El episodio de Villalonga formando parte de un pelotón de fusilamiento gracias a la influencia de su padre para que no tuviera que arriesgar su vida en el frente puede usted encontrarlo en varios de sus escritos, así como en reseñas biográficas de este escritor, incluido Wikipedia. Me imagino que en nuestra desgraciada Guerra Civil hubo de todo, y más en sus primeros tiempos. Así que las normas fueron muy relativas, y es muy posible que en una época determinada se dedicara a los chicos con influencias a estos menesteres no peligrosos. Pero, en fin, tampoco importa mucho si los pelotones de fusilamiento tenían dedicación exclusiva como cuerpos de élite, o su designación era accidental. Fuera de una forma u otra, el hecho de formar parte de esa terrible salvajada puede traumatizar a cualquier espíritu sensible y conducirlo al alcoholismo o a cualquier otro refugio psicológico. Conozco personalmente algún caso. Así que la historia no hubiera sido muy diferente en el caso de que usted tenga razón en ese extremo. Por desgracia, el bando franquista fue muy pródigo en estos actos (el otro bando también, por desgracia).
En cuanto a sus obras, conozco una que me gustó mucho, señor Anónimo. Me refiero al "Lazarillo de Tormes".
Estimado señor.
Esta conversación es una muestra, una más, de que la cultura, la educación y la moderación racional tienden puentes y acercan a las personas. Después de un comienzo algo tenso, tengo la impresión de que es usted casi, casi un amigo, y su última frase me ha hecho reír de buena gana.
Tengo un excelente amigo, gran escritor él mismo, que me afea siempre mi excesiva meticulosidad en los detalles históricos y de ambientación. Cuando me quedo atascado en algún detalle en relación con el cual no encuentro información solvente, siempre me dice: "¿qué más da? A lo sumo, sólo dos viejos van a darse cuenta", y yo le contesto: "es que yo escribo para esos dos viejos, precisamente". He rebuscado un poco sobre el particular y eso me ha permitido averiguar que el señor de Vilallonga (llevamos toda la conversación escribiendo mal su nombre) no se incorporó a filas en el ejército regular de la zona sublevada, sino en el Requeté, que era una organización paramilitar, y es posible que en el Requeté las cosas funcionaran (no lo creo, y sigo apegado a la teoría de que el señor de Vilallonga, gran fabulador, haya adornado algo el recuerdo de su pasado) de manera diferente a como funcionaban en las tropas regulares. En todo caso, por ahí iba mi comentario sobre el "jardín" en el que, a mi juicio, se metió usted al escribir el relato: creo que este no pierde nada y sí gana mucho si, simplemente, se elimina esa referencia a las influencias del padre, el cuerpo de élite y la retaguardia. Pero esto sigue siendo simplemente una opinión. Lo del glu glu, no: eso es un hecho objetivo :)
Todo ello no afecta en modo alguno al sentido final de la historia, y no olvide que en mi primer comentario afirmé que el planteamiento general del relato me parecía bueno porque alude, como usted dice, a sucesos de nuestra historia reciente cuyo recuerdo debe dolernos y avergonzarnos. El trauma de su protagonista es, de alguna manera, el trauma que nuestra sociedad parece incapaz de sacudirse pese a los muchos años transcurridos, y me alegra saber que en eso, al menos, estamos de acuerdo.
Con el buen sabor de boca de este consenso me despido y le deseo mucha salud y mucha Literatura.
Un cordial saludo.
Le agradezco sinceramente sus comentarios, aunque lamento no saber de usted más que éstos. Es usted escritor, como yo, y tiene obra publicada que me encantaría conocer. Por eso, me haría muy feliz si me diera alguna referencia suya que yo pudiera buscar en Google.
De todas formas, creo que he conseguido tener un nuevo amigo, eso sí "Anónimo", al que agradezco sus opiniones.
Sinceramente,
Miguel Ángel Pérez Oca.
Publicar un comentario