
Cada vez se parece más a su antepasado Carlos IV. No hay más que ver los retratos que de este monarca hizo Goya en su día. Y es que al histótrico rey le quitas la peluca y lo vistes de chaqueta y es don Juan Carlos I, clavado. El hombre camina trabajosamente, después de su operación del tendón de Aquiles, también lo operaron de un pulmón, ha engordado y se ha puesto fofo. Ha sufrido un “bajón” en su forma física, que siempre había sido excelente. Se cae y se da con la cara contra algún objeto que le deja el ojo a la funerala. Y encima el yerno le sale “rana” y se mete (presuntamente) en sucios negocios, poniendo en peligro el prestigio de la Monarquía. Cada vez se hace más evidente que en la España del siglo XXI las glorias de los reyes de antaño nos la traen floja. Que lo que ha habido hasta ahora son juancarlistas, no monárquicos. Y es que nuestro viejo y entrañable Borbón se ganó el trono a pulso; primero aguantando las impertinencias del enano gallego que nos sodomizó a todos durante cuarenta años de caspa, incienso e inquisición; después, aplacando las ínfulas de aquellos generalotes franquistas del 23 de febrero de 1981; y siempre con su trato humano y sencillo. Hemos tenido un rey que nunca se las ha dado de nada. Y eso es de agradecer, incluso para los que pensamos que una república, con presidente elegido democráticamente cada equis años, es más racional que el funcionariado hereditario de una familia.
El caso es que le he cogido cariño a ese viejo Borbón que ya es como de casa. Y me duele que un niñato malcriado, acostumbrado a jugar con pelotitas y pelotazos, tire por la ventana tantos años de callada labor del ya anciano rey y su discreto heredero. La familia parece desunida, sumida en una profunda crisis emocional: la princesa, esposa del de Asturias y asturiana ella, apenas se habla con sus cuñadas las infantas, el príncipe ni saluda a su hermano político y antiguo amiguete, el rey y la reina se diría que están a años luz el uno de la otra a pesar de permanecer juntos, muy profesionales ellos, en las tribunas y palcos. Evidentemente, esto no marcha, parece decirnos el viejo monarca, temiendo que su pueblo le haya perdido el respeto. Porque el respeto es, en el fondo, la esencia misma de la institución monárquica, tan dada a parafernalias y simbolismos.
Pero que no se crea nadie que esto se arregla así, sin más, con una república que alguien ha de sacarse de la manga. Porque, antes que nada, ¿me pueden decir ustedes qué clase de república queremos? Visto lo bien que nos había funcionado la monarquía hasta este “annus horríbilis”, debería ser una república así como “monárquica”, como ésta de ahora ha sido hasta hoy una especie de monarquía “republicana”. Quiero decir que hay muchas clases de república y que la ideal sería, para mi gusto, una cuyo presidente tuviera las mismas atribuciones constitucionales que el actual rey, pero sin ser vitalicio. Mejor que no mandase nada y que se limitara a presidir el Estado, por encima de los gobiernos; evitándose por todos los medios que pudiera mostrarse partidario. Que se mantuviera en el limbo político, como hace ahora nuestro viejo Borbón. Podría resultar adecuada una presidencia renovable cada cinco o seis años, para evitar coincidencias con las elecciones legislativas y ejecutivas, que se eligiera por una mayoría muy amplia y consensuada de las cámaras, preferiblemente en la figura histórica de un vejete – o viejita- venerable, capaz de colocarse por encima del bien y del mal. Los modelos alemán e italiano nos sirven. Para nada quisiera tener aquí una república presidencialista, como la francesa o la americana, con un baranda miembro de un partido al que beneficiaría, inevitablemente, desde su poltrona. ¿Se imaginan ustedes al señor Aznar, 8 años de Presidente de la República? Me dan sudores solo de pensarlo.
Lo que pasa es que si para eso hay que hacer una revolución más o menos sangrienta, me quedo con mi viejo Borbón, mientras no meta la pata y sepa mantener lejos de la Real Familia a los miembros presuntamente chorizos y a las malas tentaciones.
Y cuando el viejo Borbón, entrañable y campechano, la espiche o se quede gagá, que venga el nuevo, que lleva toda la vida preparándose para esto. Y así hasta que un Borbón de turno nos falle; y entonces, sin alharacas ni tumultos, tranquilamente, y solo cambiando unos pocos artículos de la Constitución, nos convertimos en una República tranquila y civilizada, y santas pascuas.
Que una democracia progresista de tipo escandinavo no está nada mal. Pero, eso sí, controlando y evitando que nadie se aproveche del chollo por la Gracia de Dios.
He dicho.
Miguel Ángel Pérez Oca.