jueves, 15 de septiembre de 2022

¡QUÉ MIEDO!

 


EL HOMBRE DEL RINCÓN.

“María, hermana… ¿Estas ahí, María?... Bueno, espero que cuando vuelvas a casa escuches este mensaje que te dejo en el contestador. Me está pasando algo muy extraño, ¿sabes?… ¿Te acuerdas que te dije que me iba una semana a descansar a la casita de la playa? Pues el sábado, cuando llegué, me encontré a todo el pueblo invadido por una plaga de mariposas negras… No sabría decirte a qué especie pertenecen esos insectos. Son como polillas negras y tienen una picadura muy molesta… En el pueblo se decía que aparecieron después de que un meteorito muy brillante cayera en el mar en la noche del jueves. Pero creo que la gente tiene mucha fantasía y que los dichosos bichitos no eran más que una de esas plagas que provoca el cambio climático… En fin, que cerré todo y me fui con el coche a ver si encontraba un lugar más cómodo. En ningún otro pueblo de la costa había mariposas negras; pero me fastidiaba que unos insectos estúpidos me condicionasen las vacaciones. Así que esta mañana he decidido dejar el hotel donde me hospedaba y volver al pueblo. Ya no hay en él mariposas negras, pero sus calles están desiertas, demasiado tranquilas…  Y cuando he entrado en la casita… ¡He visto al hombre del rincón! Entre la chimenea y la ventana hay un hombre de espaldas, como empotrado en el rincón, con la cabeza baja y los hombros encogidos. Le he gritado, he intentado tirar de él con todas mis fuerzas, pero parece estar pegado a las pareces. Respira, pero no se mueve ni reacciona a mis gritos y golpes. He salido despavorido a coger mi pistola de la guantera del coche, sin la que no me habría atrevido a entrar de nuevo en casa para llamar a la policía. Me han dicho que “llegarán enseguida”........... ¡María! El hombre se ha movido, ha levantado la cabeza… Al separarse del rincón han surgido muchas mariposas negras que ahora vuelan por toda la estancia. Se está girando y vuelve su rostro hacia mí… ¡Dios mío!¡El hombre del rincón es papá! Ya sé que murió hace años, pero está aquí y se me acerca con lágrimas en los ojos y un insoportable gesto de reproche en su pálido rostro... La casa está llena de mariposas negras... Me  cuesta mucho pensar…...... María....”    (piiiiiiiiiiiiii..........).  

 

Miguel Ángel Pérez Oca.

lunes, 12 de septiembre de 2022

LOS VIAJES DEL PADRE PINZÓN.

 ACONTECIMIENTO 500 AÑOS

El pasado 6 de septiembre de 2022 se han cumplido 500 años desde que se completó la primera vuelta al mundo realizada por la expedición Magallanes-Elcano.
El 10 de agosto de 1519 las cinco naos de la expedición iniciaron el viaje desde el río Guadalquivir (Sevilla), aunque permanecieron hasta el 20 del mismo mes en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), desde donde partieron 244 hombres.
El 6 de septiembre de 1522, una única nao con 18 hombres, capitaneada por Juan Sebastián Elcano, completó la vuelta al mundo, llegando al puerto de Sanlúcar de Barrameda. Dos días después llega a Sevilla, desde donde salió.
ACONTECIMIENTO LITERARIO POR LOS 500 AÑOS
Miguel Ángel Pérez Oca saca a la venta su libro LOS VIAJES DEL PADRE PINZÓN, en la que el autor se pregunta (y contesta):¿Realmente fueron Juan Sebastián Elcano y sus 17 compañeros de la nao Victoria los primeros seres humanos que dieron la vuelta al mundo? ¿O fue Enrique de Sumatra, esclavo e intérprete de Magallanes, el primero en culminar tal hazaña? Esta es una de las más importantes e interesantes incógnitas que se despejan en la presente epopeya histórica publicada en AMAZON a precio de lector sabio, aquí os dejo el enlace:
                                                            Manolo Condevolney


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viernes, 9 de septiembre de 2022

EL VIEJO BARRIO.

 



UN BARRIO EN EL CIELO.

            En el barrio todos nos conocíamos. Yo era allí un niño feliz. Jugaba en la plaza con otros muchachos, a la sombra de unos árboles frondosos bajo los que se amparaban los bancos de hierro y madera donde los viejos se contaban batallitas de una guerra lejana. A su alrededor, los comercios, modestos y fiables, acompañaban a la pequeña iglesita blanca coronada por una espadaña con su campanita de agudos sones. Don Fadrique era el párroco, amigo de todos, fueran o no sus feligreses. Enfrente estaba la sucursal de la Caja de Ahorros, con sus estirados empleados que venían a trabajar desde el centro, y se marchaban en el autobús azul, sin mirar ni saludar a nadie. Eran los únicos extraños que acudían al barrio a trabajar. Los vecinos, por el contrario, solían marchar fuera de él a sus quehaceres cotidianos; los hombres a la cercana fábrica de  repuestos industriales y las mujeres, en el autobús, a servir a algunos señoritos de la ciudad, como chachas o cocineras, o a las fábricas de tejidos. La escuela de niños y la contigua de niñas eran regentadas por don Rosendo y doña Finita, que estaban casados y ocupaban la modesta vivienda del piso superior del inmueble, detrás de la iglesia. La frutería de la señora Pepita, gorda, chistosa y amable, era parada obligatoria de la pandilla a la que la dueña obsequiaba con alguna manzana, melocotón o cualquier otra fruta y unos caramelos. En el taller de Tancredo “el Manitas”, donde se reparaban muebles, aparatos eléctricos y utensilios de cualquier clase, nos abastecíamos de listones y clavos con los que nos fabricábamos espadas y fusiles para nuestras imaginarias batallas en lo que llamábamos “El Campo”, unos solares abandonados, poblados de malas yerbas, que separaban el barrio de la ciudad, lejana y misteriosa.

            Un día vinieron unos obreros con picos, palas y una espectacular maquinaria pesada con la que empezaron a excavar un enorme agujero en el centro de la plaza, que fue nuestra distracción por unos meses. Don Rosendo nos informó, orgulloso, que el barrio iba a tener parada de metro. Y a partir de entonces, los empleados de la Caja y las mujeres que trabajaban en la ciudad ya no utilizaron más el autobús azul, sino que bajaban las misteriosas escaleras, por las que los domingos descendíamos también nosotros, con nuestros padres y hermanos, en busca de emociones capitalinas.

            Poco a poco, la ciudad fue acercándose al barrio y las torres de cemento y cristal nos arrebataron el campo de nuestros belicosos juegos. Más tarde, se inauguró muy cerca un centro comercial y la señora Pepita cerró su frutería. La gente compró coches y  televisores, y se acostumbró a tirar las cosas viejas, y Tancredo se marchó a trabajar a otra ciudad. Don Fadrique se murió y don Rosendo y doña Finita se jubilaron, y la iglesia, la escuela y otras casas del barrio, fueron derribadas para construir unos enormes bloques de viviendas en cuyos bajos se instaló un nuevo y moderno templo, que solo abría los domingos, cuando venía a decir misa un cura joven que tocaba la guitarra. Yo ya me había hecho mayor, me había casado con la mujer de mis sueños y tenía dos hijos varones. Y el barrio fue cambiando conmigo hasta hacernos irreconocibles, el barrio y yo. Pasó mi vida, como un tren a toda velocidad por un andén desierto. Mi amadísima mujer falleció y mis hijos se fueron a Barcelona, y yo me quedé solo y jubilado, con los restos de mi barrio donde ya no conocía a casi nadie.

            Hoy la plaza ya no tiene árboles, sino marquesinas metálicas, y en su centro han puesto un adefesio abstracto de hierro oxidado que nadie sabe qué representa. Mi vieja casa de planta baja sobrevive sola entre torres de cemento llenas de gente extraña. No quise venderla a la constructora, aunque me ofrecían una fortuna, y ha quedado como último testimonio de un barrio del que solo queda el nombre en su parada de metro.

            Los domingos acudo a la nueva iglesia y le rezo a un Dios que no sé si existe, y le pido que, si hay un cielo para la buena gente, me devuelva allí mi viejo barrio para que pueda vivir en él, con los míos, por toda la Eternidad.    

                                                                       Miguel Ángel Pérez Oca.