A veces, pese a mis convicciones
rigurosamente materialistas y racionalistas, me cuesta creer que lo sublime
solo anida en los engranajes inconscientes y tibios de la máquina cerebral; que
las emociones, que los sentimientos, que el amor son solo espejismos que un
ordenador orgánico proyecta sobre una pantalla hecha de… nada y destinada a…
nadie.
Hoy, que la Física cada vez se aleja más
del mecanicismo, y que los físicos teóricos, devenidos en filósofos metafísicos
atormentados por las paradojas de la Mecánica Cuántica, buscan la realidad en sofisticadísimas
teorías de “cuerdas”, “simetrías gauge”, “bosones de Higgs”, “gatos de
Shroedinger”, “Universos paralelos de Everett”, “Energía y materia oscuras” y
demás misterios que nada tienen que envidiar al de la Trinidad y que cada vez
se hacen más irrepresentables, empieza a ser incómodo permanecer en una honesta
posición atea, o al menos agnóstica. Hubo quien dijo, hace muchos años, que los
campos electromagnéticos que proponía Maxwell eran una descabellada
representación de pretendidos entes sobrenaturales, comparables con la
discutible alma de los mortales creyentes; pero los científicos de hoy los
aceptan sin ninguna objeción, una vez probada su verdad, y aplicada a una
tecnología ya imprescindible y omnipresente. Chalmers propone una especie de
“campos de conciencia”, de manera tal que, así como todos los objetos están
sujetos a la gravedad y al electromagnetismo, todas las cosas de este Universo,
cada una a su nivel, deben ser conscientes. Pero también hay quien, como
Searle, se ríe de él y lo considera un visionario, como visionarios debían ser
Giordano Bruno y Teilhard de Chardin. Quizá lo sea, pero a mí cada vez me
cuesta más creer que nuestra mente es solo el producto del funcionamiento ciego
y automático de una maquinita formada por cien mil millones de neuronas
absolutamente bobas, que solo saben recibir y enviar impulsos eléctricos a
través de sus sinapsis. Se habla de propiedades emergentes para justificar lo
absolutamente sofisticado surgido de lo absolutamente simple, pero ¿emergentes
para quien, o para qué? ¿Quién es el usuario de esta maravilla surgida de la
nada y presuntamente destinada a la nada? ¿La NADA?
En estas fechas, cuando los sentimientos se
agudizan, cuando nuestra piel se vuelve más sensible, cuando nuestro corazón
palpita de amor, y cuando lloramos las desgracias que la guerra, la crisis y la
desfachatez de los aprovechados están provocando en tantos inocentes; cuando
los sentimientos y la emociones estallan ante las maravillas del arte o el
heroísmo sublime de la filantropía… Me cuesta, me cuesta cada vez más
identificarme con una máquina deslumbrada por un espejismo.
¿Me estaré haciendo viejo? ¿Será esto un
síntoma de debilidad, de tanatofobia mal dominada, o… o quizá la prueba de que
mi escepticismo se ha incrementado hasta el punto de dudar incluso de la Ciencia?
Más allá de nuestro horizonte mental debe
hallarse la Verdad Objetiva, pero la experiencia nos dice que el horizonte,
como el Arco Iris, es inalcanzable, porque no está en ningún sitio sino dentro
de nuestros propios ojos y ante nuestra particular perspectiva.
Así que, dejadme que os mande, en estas
Pascuas, un modesto rayo de esperanza.
Quizá existimos.
Miguel Ángel
Pérez Oca.
(en los umbrales de 2013)