UNA CUESTIÓN CANDENTE.
-Hola,
Helena, ¿está don Carlos?
-Buenos
días, don Federico. Pase a la biblioteca. El señor me ha dicho que lo espere,
que enseguida baja.
Y
la criada se quedó a la puerta de la estancia, observando al amigo de su señor.
-Siéntese,
don Federico. ¿Quiere que le sirva un té?
-No,
gracias. Puedes retirarte.
Pero ella insistía
en mirarlo, como si quisiera decirle algo.
-Don
Federico – se decidió al fin -, quiero darle las gracias por haber reconocido a
mi niño como hijo suyo y haberse ocupado de él. Puede usted sentirse orgulloso
de su buena acción que yo nunca le agradeceré bastante.
-Bueno…
lo he hecho por mi amigo Carlos, para salvar su matrimonio. Yo soy soltero y no
tengo nada que perder - y le preguntó, para desviar la enojosa conversación -. ¿Qué
te parece el libro que está escribiendo? ¿Entiendes el argumento?
-No,
señor. Es muy complicado…
-Pues
trata de una cuestión candente y fundamental.
Don
Federico se arrellanó en su sillón, y miró, condescendiente, a la criada.
-Dime,
Helena, ¿cuál crees tú que es la cosa más valiosa e imprescindible para la vida?
-Sin
duda, el aire que respiramos, señor.
-Y
si es tan valioso, ¿por qué es gratis?
-Porque
está ahí, y no hay que trabajar para obtenerlo.
-Exacto.
Así que el trabajo es el que da el valor a las cosas.
Y
la criada asintió con un movimiento de cabeza.
-Entonces,
¿por qué el burgués rico, que aportó un día dinero para comprar las
herramientas y el edificio, es el dueño de la empresa para siempre, y en cambio
el obrero, que con su trabajo diario da el valor a lo fabricado, solo recibe un
mal sueldo? ¿Te parece justo?
-No,
señor.
-Pues
el dinero que ese señor le roba al trabajador, después de haber recuperado el capital
que aportó y sus justos intereses, es un beneficio añadido que recibirá para siempre,
y le llamamos “plusvalía”, privilegio de la clase burguesa pudiente sobre el
proletariado desposeído. Pero llegará un día, cuando las condiciones lo
permitan y las crisis hundan al capitalismo, que en el mundo prevalecerá la
clase trabajadora en un sistema socialista, que ha de ser justo y democrático.
¿Lo entiendes ahora?
-Sí,
señor. Lo entiendo. Así que los trabajadores harán la revolución muy pronto, ¿verdad?
-Sí,
la harán, pero no inmediatamente, porque si un grupo revolucionario se adelantase
al momento oportuno, puede ocurrir que tenga que imponer el nuevo sistema por
la fuerza, en una dictadura partidista que no sería la del proletariado, libre
y justa, sino que podría resultar peor que el sistema derribado.
-Y
dígame, don Federico, ¿soy yo una trabajadora? porque trabajo mucho y don
Carlos nunca me ha pagado un sueldo. Yo estoy aquí solo por el techo, la ropa y
la comida.
-Ejem…
- carraspeó don Federico, sin saber qué decir.
Afortunadamente,
la presencia de don Carlos Marx lo sacó del apuro.
-Amigo
Engels, ya sé qué título le daré al libro. ¿Qué te parece “El Capital”?
Miguel
Ángel Pérez Oca.
(500 palabras)
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