sábado, 29 de diciembre de 2018

ÉRASE UNA VEZ UN HOTEL...

Estos días me han conmovido dos acontecimientos. A nivel personal, el cambio de propietario de nuestro Hotel Abba donde celebrábamos nuestras tertulias, y a nivel general el asesinato de la joven Laura Luelmo a manos de un monstruo. No me pude resistir a escribir dos trabajos sobre ambos acontecimientos. El primero es este que os ofrezco aquí y que es el que presenté a la tertulia de ayer. El otro os lo pondré a continuación.




LA PRISA LOCA.

            Borja Mari tenía una prisa loca por hacerse millonario. Acababa de salir de la Facultad de Económicas con la convicción de que quien a los 30 añitos no ha ganado una fortuna, será un “loser” para toda la vida. Vestía de ejecutivo agresivo, se peinaba corto y engominado, votaba a los conservadores - por supuesto -, y  acudía a cacerías selectas y caras, “donde se fraguan los mejores negocios”. Estaba dispuesto a comerse el mundo.
            Aquella tarde, en el Casino, se topó, diríase que por “casualidad”, con otro tiburón de las finanzas: Adalberto del Troncal, de los Troncales de Valladolid, prometedor alevín de directivo bancario y compañero de estudios de Borja Mari. Eran dos calcos, parecían gemelos.
            -Hola, Adalbertín, ¿cómo van los negocios? – le saludó Borja Mari.
            Y el otro puso cara interesante.
            -He avistado una presa muy suculenta, pero necesito un socio al que concederle un préstamo… Verás, en Tenerife hay a la venta un prestigioso hotel de 5 estrellas. Tendríamos que fundar una sociedad con el capital del préstamo, comprar el hotel y echar a la calle al personal. Meteríamos a cuatro imberbes con sueldos de miseria y surtiríamos la cocina con productos baratos. Como el hotel tiene fama por su excelente servicio, seguirá produciendo grandes beneficios hasta que los clientes se vayan dando cuenta del cambiazo. Y en cuanto veamos que bajan las ganancias, lo vendemos y nos repartimos los millones.
            -Y despedir a personal experimentado como ese, ¿no será muy caro?- preguntó Borja Mari, que ya se relamía de gusto.
            -¡Qué va! Con las nuevas leyes laborales está chupado.
            Y así fue como Adalberto y Borja Mari hicieron su negocio. Se falsificaron a la baja los resultados de la empresa para justificar los despidos y, hala, todos a la calle. Hubo enfermos, intentos de suicidio, denuncias a la prensa, pero todo fue inútil. El culpable era una empresa – “Dos Linces Company” – de dueños ilocalizables y todo se realizó con rapidez quirúrgica.
            Pero ni Adalberto ni Borja Mari contaban con las fuerzas sobrenaturales. La madre de Carmencita, una de las “kelis”, era Juana la “Paquira”, hechicera, bailaora, curandera y quiromante, de la que se decía que era la mejor lectora de las líneas de la mano y sanadora del baile de San Vito, poderes que había heredado de su abuela Carmen, también llamada “la Paquira”.
            -¡Malas mantecas tengan! – le dijo a la chica, cuando se enteró de su despido, y alzando la vista al cielo e invocando la memoria de su abuela, lanzó una terrible maldición gitana:
            -Permita Dios que se arruine esa empresa, que los billetes de 500 € se les vuelvan mierda, y a sus directivos les crezcan las pelotas hasta que tengan que llevarlas en una carretilla.
            Cuando, al año siguiente, Borja Mari y Adalberto se reunieron en la sede de la nueva compañía para repartirse las ganancias, les sorprendió una nauseabunda peste procedente de la caja fuerte, a la vez que un picor insoportable y una extraña hinchazón se apoderaban de sus testículos.

                                                           Miguel Ángel Pérez Oca.
           

                                                                   (500 palabras)

1 comentario:

el sindrome de ulises el blog de eusebio perez oca dijo...

Creo que acabaron en la cárcel tras descubrirse determinada evasión de impuestos. Se creían por encima de todo. Pero no contaron con que en la policía, en la prensa, incluso en la judicatura, hay gente muy decente. Acabaron en la cárcel. Pero al verlos tan malitos, por lo de las pelotas, la buena gente pidió que les liberaran. R. P.L., iniciales del culpable de dar un palo a un supermercado para poder cenar, antiguo trabajador de un hotel céntrico, despedido de su trabajo, enfermó. Su enfermedad era incurable debido a que no pudo pagarse el medicamentazo que el tal Rajoy puso a los pensionistas. Su enfermedad no tenía cura. ¡Si lo hubieran pillado a tiempo!. R.P.L. murió en una enfermería de una oscura prisión sin que nadie pidiera su salida por motivos humanitarios. DIOS PREMIA LA VIRTUD.

Eusebiet.