Ahí va otro cuento de los que he escrito para la Tertulia de la Bodega de Adolfo.
El tema del "carril bici" es polémico, así que... ¡A opinarrrrr!
ya me diréis.
EL FANTASMA.
Cuando aparecía en una estancia, todos huían despavoridos. Cuando recorría los pasillos del Ayuntamiento, arrastrando sus penas y sus tremendos conflictos, se oían pisadas y suspiros prudentes de quienes se escondían a su paso, para no ser abordados por él. Su visión, la sola sospecha de su presencia, alborotaba la serenidad de los ciudadanos y de las buenas gentes, que hubieran preferido no enfrentarse jamás a tamaña prueba de entereza. Y él lo sospechaba aunque intentaba aparentar ignorancia. Se acercaba a los grupos con una sonrisa amable e ingenua pintada en el rostro y veía como todos los presentes se desparramaban de inmediato en distintas direcciones, dando por terminada cualquier reunión. Y de nuevo se encontraba solo, centrífugo y repelente, como le corresponde a un fantasma.
En vista de que todo el mundo huía de él, pero no queriendo abandonar su terruño, decidió habitar para siempre en el Castillo de Santa Bárbara. Habitar en un castillo es propio de fantasmas, y él lo era, o así decían de él sus convecinos.
Y en vano intentaba trabar conversación con los “guiris” visitantes de la fortaleza o con los viejecitos del Imserso que ascendían allá arriba utilizando los ascensores o los autobuses, después de recorrer la ciudad. Se acercaba a ellos y les hablaba de cualquier cosa, pero al poco tiempo ya se había ganado el rechazo general. Y es que resultaba demasiado evidente que era un fantasma.
-Pero, ¿cómo lo saben, si mi especto es de lo más corriente? – se preguntaba justo en el centro de la plataforma artillera que forma el macho del castillo, mientras observaba horrorizado como los grupos de vejetes y turistas eludían su presencia y deambulaban evitando cruzarse con él, con las espaldas pegadas a las viejas almenas.
Entonces, un extraño viejo con turbante y calzones bombachos se le acercó levitando a dos dedos del suelo empedrado, y le increpó, como si hubiera podido leerle el pensamiento:
-Pero, hombre, ¿es que te crees que a los fantasmas se les conoce por el atuendo?
-Pues, no… - respondió él, y le preguntó a su vez, intentando trabar la conversación que tanto anhelaba: –. Y usted, ¿también es un fantasma como yo?
-¡De eso nada! – respondió un tanto ofendido el viejo - Yo soy un espectro, que no es lo mismo. Soy el espectro de la Cara del Moro – y miró a los turistas de soslayo - , pero ellos no lo saben.
-¿Y yo? ¿Por qué a mí sí que me ven todos como un fantasma?
-¡Pues porque haces fantasmadas, gilipoyas! O ¿a qué viene ese rollo que te traes con el carril bici? ¿Has visto muchos ciclistas usándolo? ¿Y cuántas viejecitas se han roto ya la crisma al tropezar con los poyetes? Pues, eso, que parece mentira que seas concejal, coño.
Y el fantasma, avergonzado, bajó la cabeza, mientras el viejo y patriarcal espectro de la Cara del Moro lo consolaba en vano.
-Venga, venga, no te apures, muchacho, que no estás solo. En esta ciudad hay muchos fantasmas como tú. Fíjate si los hay que se dice que en Alicante tenemos dos castillos porque en uno solo no cabrían todos los fantasmas.
Miguel Ángel Pérez Oca.
El tema del "carril bici" es polémico, así que... ¡A opinarrrrr!
ya me diréis.
EL FANTASMA.
Cuando aparecía en una estancia, todos huían despavoridos. Cuando recorría los pasillos del Ayuntamiento, arrastrando sus penas y sus tremendos conflictos, se oían pisadas y suspiros prudentes de quienes se escondían a su paso, para no ser abordados por él. Su visión, la sola sospecha de su presencia, alborotaba la serenidad de los ciudadanos y de las buenas gentes, que hubieran preferido no enfrentarse jamás a tamaña prueba de entereza. Y él lo sospechaba aunque intentaba aparentar ignorancia. Se acercaba a los grupos con una sonrisa amable e ingenua pintada en el rostro y veía como todos los presentes se desparramaban de inmediato en distintas direcciones, dando por terminada cualquier reunión. Y de nuevo se encontraba solo, centrífugo y repelente, como le corresponde a un fantasma.
En vista de que todo el mundo huía de él, pero no queriendo abandonar su terruño, decidió habitar para siempre en el Castillo de Santa Bárbara. Habitar en un castillo es propio de fantasmas, y él lo era, o así decían de él sus convecinos.
Y en vano intentaba trabar conversación con los “guiris” visitantes de la fortaleza o con los viejecitos del Imserso que ascendían allá arriba utilizando los ascensores o los autobuses, después de recorrer la ciudad. Se acercaba a ellos y les hablaba de cualquier cosa, pero al poco tiempo ya se había ganado el rechazo general. Y es que resultaba demasiado evidente que era un fantasma.
-Pero, ¿cómo lo saben, si mi especto es de lo más corriente? – se preguntaba justo en el centro de la plataforma artillera que forma el macho del castillo, mientras observaba horrorizado como los grupos de vejetes y turistas eludían su presencia y deambulaban evitando cruzarse con él, con las espaldas pegadas a las viejas almenas.
Entonces, un extraño viejo con turbante y calzones bombachos se le acercó levitando a dos dedos del suelo empedrado, y le increpó, como si hubiera podido leerle el pensamiento:
-Pero, hombre, ¿es que te crees que a los fantasmas se les conoce por el atuendo?
-Pues, no… - respondió él, y le preguntó a su vez, intentando trabar la conversación que tanto anhelaba: –. Y usted, ¿también es un fantasma como yo?
-¡De eso nada! – respondió un tanto ofendido el viejo - Yo soy un espectro, que no es lo mismo. Soy el espectro de la Cara del Moro – y miró a los turistas de soslayo - , pero ellos no lo saben.
-¿Y yo? ¿Por qué a mí sí que me ven todos como un fantasma?
-¡Pues porque haces fantasmadas, gilipoyas! O ¿a qué viene ese rollo que te traes con el carril bici? ¿Has visto muchos ciclistas usándolo? ¿Y cuántas viejecitas se han roto ya la crisma al tropezar con los poyetes? Pues, eso, que parece mentira que seas concejal, coño.
Y el fantasma, avergonzado, bajó la cabeza, mientras el viejo y patriarcal espectro de la Cara del Moro lo consolaba en vano.
-Venga, venga, no te apures, muchacho, que no estás solo. En esta ciudad hay muchos fantasmas como tú. Fíjate si los hay que se dice que en Alicante tenemos dos castillos porque en uno solo no cabrían todos los fantasmas.
Miguel Ángel Pérez Oca.